En la semana pasada de la investidura de un presidente de gobierno, la mariposa obscena del 'tamayazo' sobrevoló el Parlamento de la Nación. La derecha lo alentaba y los medios de comunicación lo aventaban a los cuatro puntos cardinales. Ambos actuaban con la frivolidad absoluta de saberse miembros de una sociedad distante o indiferente, que contempla el espectáculo de unos y de otros como si se tratara de un 'reality' televisivo. Cada vez se acortan más las distancias entre realidad y farsa.
El 'tamayazo' fue un hecho corrupto, conseguido con medios mafiosos, para iniciar en la Comunidad de Madrid un periodo de corrupción que aún va y viene por los juzgados con varios presidentes y cargos públicos implicados. Dos diputados del PSOE, uno de ellos apellidado Tamayo, fueron sobornados para que no asintieran a la sesión de investidura de un candidato de izquierdas. Su acción corrompida supuso el ascenso político de la Sra. Esperanza Aguirre. Pues eso o algo similar era lo que pedían abiertamente desde la derecha y los medios de comunicación repetían con una frivolidad que estremece. ¿En qué clase de sociedad vivimos cuando se alienta públicamente un acto nacido de la corrupción? ¿Por qué en lugar de condenarlo se airea con una insensibilidad democrática que asusta? Los diputados, representantes de los ciudadanos, de los partidos que iban a votar a favor de la constitución de un gobierno, fueron perseguidos, presionados, “escracheados”, insultados por su voto. Es verdad que en algunos casos se había alentado la especie de un comportamiento dudoso. Y, claro, cuando se siembran vientos se recogen tempestades, según el refrán popular. ¿Qué sociedad puede aguantar envites tan feroces contra la democracia cuando los partidos políticos que la articulan y sostienen pueden pedir acciones corruptoras? ¿Qué sentido de pertenencia a una organización política tienen quienes incitan a los adversarios a actuar contra sus siglas? ¿No será que falta en los partidos políticos debates democráticos, convicciones ideológicas serias y sobran actitudes personalistas y fanatismos populistas?
Unos días antes, en un solo medio de comunicación nacional, aparecía la noticia de la vida heroica de un militante socialista. Según esa noticia, Manuel Martín, alias “el farias”, fallecía de muerte natural el 26 de diciembre en León. Una noticia corriente si no fuera porque “el farias” había sido el único concejal del PSOE durante veinticinco años en la Guernica dura, bastión de abertzales y terroristas. Durante esos años, en solitario, soportó amenazas a su vida y a la de su familia, encajó desprecios, miradas torvas, insinuaciones despectivas. Veinticinco años son muchos para vivir así, para elegir entre su carnet político y su vida. Sin embargo, no tuvo dudas entre defender su militancia o despreciar los riesgos a los que se exponía. Lo sorprendente es que no le asesinaran. Tal vez porque a los terroristas les divertía la obstinación de un personaje semejante, un emigrante de León, o porque respetaban su fortaleza ideológica.
Pero Manuel Martin, alias “el farias”, no es un personaje atípico en la historia de los socialistas y de los comunistas. Militantes hubo, y los continua habiendo, que subordinaron su vida a su ideas, su coherencia ideológica a su propia supervivencia. Es cierto que el modelo no abunda. Que las gentes se afilian a un partido político más en razón de intereses particulares que en razón de su disposición a trabajar por un proyecto de sociedad más justa y más igualitaria. Hoy el modelo casi religioso, con un punto anacrónico, es irreconocible. Ahora importa más la posición personal, el engorde del ego que proviene del ejercicio del poder y, en algunos casos, prosperar, hacerse rico en la política. Son tiempos de mariposas obscenas.