Sí aceptamos que conocer el pasado, lejano o reciente, es una fórmula impecable para evitar errores del presente y del futuro, tenemos que recordar qué ocurrió en los días angustiosos y oscuros del confinamiento. Qué sucedió en los momentos más virulentos de la extensión de la pandemia. Una de las recetas recomendadas para combatir cualquier epidemia consiste en proporcionar información al ciudadano para que este se sienta protegido. Y en este capítulo el gobierno se mostró ejemplar. Es cierto que se cometieron errores como en cualquier otro país, aunque el que menos entre los países que cometieron más. La información se fue proporcionando en directo, según se iban conociendo los comportamientos del virus. De ahí las contradicciones y las rectificaciones que se formulaba a sí mismo el propio gobierno. Todos los profesionales de la sanidad fueron aprendiendo según se conocía el comportamiento del virus. Aún hoy todavía existen muchas dudas sobre las vías de trasmisión y sus periodos de latencia.
Con lo que no se podía contar era con la actuación de la oposición más sus medios afines y la confusión que causaron. Desde el primer momento se politizó, con el peor de los significados, una cuestión de inconmensurable gravedad. La movilización de la administración del Estado ha sido la más grande que se haya hecho desde que comenzó la democracia. También más numerosas las comparecencias y reuniones con los dirigentes territoriales. En paralelo, los responsables técnicos proporcionaban información diaria sobre la evolución de la pandemia. ¿Cómo actuaron los partidos políticos de la oposición, sus afines y seguidores en redes? Descalificaron a todos y todas las medidas tomadas. Su objetivo era crear la desconfianza y caos entre los ciudadanos asustados y organizar la cacería contra un gobierno legítimo y recién constituido. Se multiplicaron los escritos histéricos, las deslegitimaciones genéricas de las personas y de las decisiones. Nadie formuló medidas creíbles, excepto expresar un malestar abstracto, poner banderas a media asta, añadir crespones y llevar corbatas negras Es decir, nada en serio para combatir el coronavirus. Especialmente dramática fue la quinta votación de las seis prórrogas del Estado de Alarma.
¿Qué hubiera ocurrido si el gobierno hubiera sido desautorizado por el Parlamento? Se hubiera creado una crisis política en medio de una pandemia. El presidente se tendría que haber dedicado a configurar un nuevo gobierno. O dimitir. O convocar elecciones. ¿Hubiera sido democrático y, sobre todo, sobre todo, efectivo, nombrar un gobierno, como algunos propugnaban, por negociaciones entre partidos o con personas independientes? ¿Se habrían cambiado los profesionales no políticos o seguirían los mismos? ¿Detendría su agresividad el virus a la espera de los nombramientos? ¿Hubiera llegado más material para controlar un virus errático? ¿Somos capaces, entonces y ahora, de calcular el tamaño de la irresponsabilidad de quienes apostaron por la crisis total? ¿Quiénes, en nombre de España, habrían negociado en la Unión Europea los fondos para superar los efectos de la paralización de la economía? La frivolidad fue absoluta, abismal, irracional, insolvente.
Todo esto pudo suceder en aquellos días tremendos. ¿Debemos olvidar las irresponsabilidades de quienes querían que el gobierno fracasara o Sánchez se marchara? Antepusieron sus intereses particulares a la salud de los ciudadanos. ¿Alguien entiende que algunos se dedicaran a discutir en aquel trance la conveniencia o inconveniencia de la abstención de Bildu? ¿Qué clase de representantes políticos son estos que se comportan cómo se comportaron, cuando la gente enfermaba y moría en los días más feroces de la epidemia? ¿Era solo responsable de los contagios y las muertes el gobierno de la Nación en un país casi federalizado? Y qué decir de cuántos contribuyeron a la confusión y el caos.