Sonaron rumores, retumbaron por las ciudades, grandes o pequeñas, por los medios de comunicación, por las redes diversas. Por los pueblos llenos o los de la España que se vacía, porque se ha organizado la vida en torno a núcleos urbanos cada vez más grandes. Probablemente un error que ya pagamos y continuaremos pagando en el futuro. Los más realistas anuncian que las pandemias se reproducirán, los desastres climáticos aumentarán y la humanidad, si quiere sobrevivir, tendrá que reinventarse o sustituirse por copias tecnológicas, más inteligentes. Pero este texto va del rumor que circuló en unos días angustiosos sobre un golpe de Estado blando.
Los ciudadanos permanecían encerrados en sus casas como un rebaño asustado. Los lobos de la muerte se imponían sobre todo en las grandes ciudades: Madrid, Barcelona y alrededores. Los más desafiantes conspiraban, porque nada ni nadie era capaz de controlar un virus que se mostraba mortífero en las personas de más edad, en los más débiles, en los más desfavorecidos. En medio de ese miedo impreciso y oscuro, con la gente desquiciada por el paso de los días, la España de los golpes militares volvió a surgir como rumor. Había que cambiar el gobierno por otro que fuera capaz de contener la sangría. ¿Había algún otro país que intentara esta fórmula? No, la democracia está más asentada. España aún es joven y tiene que atravesar diversos trances. La expansión de este virus ha sido la penúltima de las pruebas. Las que vendrán a continuación, también muy agresivas, se están formando y algunas surgirán, violentas, cuando comience el otoño.
Una jueza, unos mandos de la Guardia Civil, manifestaciones en barrios ricos de Madrid, con el mensaje implícito de los negocios primero, vuestras vidas después, unos medios feroces y una oposición rabiosa se emplearon a fondo para amplificar el rumor. Nada tan apasionante como poner a un gobierno chavista contra las cuerdas. El olor de la sangre aumenta las desafecciones. Y llegó el día que en el Parlamento de la Nación había que votar una quinta prórroga de un Estado de Alarma que, por su parte, las Comunidades Autónomas o nacionalidades ya estaban desbordando por recelos anticentralistas, por protagonismos tácticos, por intereses particulares, por la fiereza de la oposición. El gobierno de la Nación podía carecer de mayoría para sacar adelante esa quinta prorroga que el Parlamento debía aprobar. A incrementar la angustia se sumó que, con el confinamiento, se habían cerrado los negocios, las empresas, los trabajos y, a pesar de las medidas económicas paliativas, las incertidumbres se imponían. Había que hacer lo que se estaba haciendo en otros lugares: barra libre y que sobreviva el más fuerte. Darwin y su selección natural reaparecían en una España, dónde él y sus teorías fueron considerados herejes en su época. Se precisaba de cirugía urgente. De cirujanos de hierro en España alguna experiencia tenemos. Sonoros nombres de la Historia lo corroboran. Primo de Rivera, Franco.
Así que el nuevo elemento definitivo que avalaba el rumor de golpe era la economía, cuyas previsiones son pesimistas. Curiosamente, cuando de la economía del futuro se está tratando en el Parlamento; cuando se habla de la reconstrucción de un país devastado; cuando se piden ayudas a la Unión Europea, cuando de un gran Acuerdo se trata, quienes alentaron el rumor del golpe se desentienden de la economía, del trabajo de la gente, de los intereses colectivos, de la patria que tanto dicen amar. Lo que impide un gran pacto nacional se reduce, según cuentan, a menos impuestos, bajada de IVA y aportaciones de fondos ilimitados del Estado. Si gobernaran ellos y tomaran las mismas medidas que actual, ¿aplicarían sus propuestas?