No es fácil escribir en positivo. Últimamente Europa y España solo daban motivos para el pesimismo. Nos entreteníamos más en las dificultades del proyecto colectivo que en la necesidad de los proyectos compartidos. Pero eso, al parecer, ha cambiado. Un virus pandemico está alentado las perspectivas de un futuro prometedor en la Unión Europea, ahora con tendencia a la unidad fiscal. Será un proceso largo, aunque los primeros pasos se han dado al incorporar la mutualización de la deuda que la Covid-19 ha generado en los países afectados y poner los cimientos para que la Unión organice sus propios impuestos. Europa ha avanzado en su zarandeado proyecto de más unidad y España va a incorporar en los próximos años en su economía algo así como el once por ciento del PIB del año 2019. Lejos han quedado las restricciones de la crisis del 2008. Lo que a alguna derecha parece no gustarle. Preferirían los años de Rajoy leyendo el Marca, mientras imponían a la clase media y trabajadora apretarse el cinturón, porque vivían por encima de sus posibilidades.
De aquellos tristes años de la austeridad hemos pasado a la urgencia de la transformación de la economía nacional. Del control de los déficits empobrecedores a la necesidad de plantear proyectos que nos hagan menos dependientes del turismo, menos precarios en el empleo y más resilientes frente a crisis venideras. El futuro, de nuevo, vuelve a estar en nuestras manos. Y quiéranlo o no, les guste o no a los “patriotas tenebrosos,” el horizonte se despeja, una vez más, con un gobierno socialista. ¡Qué le vamos a hacer! España vuelve a tener en sus manos la oportunidad de acceder a las grandes transformaciones que impulsa la Unión Europea. Y esto ocurre con un gobierno de izquierdas.
Macronha hablado de momento histórico. Y Ángela Merkel, tan inexpresiva ella, se ha puesto al nivel de otros mandatarios alemanes, Helmut Kohl, entre otros por citar a un conservador, que en los momentos duros de Europa apostaron por su expansión. Nadie ha perdido, todos han ganado. Lo que significa que todos han cedido – en eso consisten los pactos - para seguir manteniendo un proyecto que algunos daban por acabado. También por esto, tal vez, les rechinarán los dientes a los “patriotas tenebrosos”. Esos que quieren a los españoles atrincherados tras los Pirineos. Tendrán que cambiar, si es que pueden, los discursos catastrofistas, las visiones lúgubres de España y repensar nuevas estrategias para encarar un presente dinámico y exigente. A impulsos de una pandemia, nos vamos a introducir en el siglo XXI, en el que se imponen proyectos de economía real. Habrá que abandonar los territorios de confort a los que nos habíamos acomodado para empezar a trabajar en innovaciones y reformas. Lo hicimos en los momentos fulgurantes en los que España cambió radicalmente. Ahora no tiene porque ser distinto. Eso sí, habrá que modificar sistemas y mentalidades obsoletas, habrá que superar inercias costumbristas.Tendremos que centrarnos en la economía productiva, adaptada a mercados competitivos y a nuevas necesidades de producción y consumo. Se está cerrando la época industrial, pero se nos abre la era digital y verde, nuevas fuentes de riqueza y nuevos modos de trabajo. Para lograrlo habrá que transformar el modelo productivo y formativo. España tiene que dejar de ser el país con mayores índices de fracaso escolar que coloca en el mercado mano de obra poco cualificada que, a su vez, da lugar a trabajos precarios y al cíclico aumento del desempleo. Estamos ante el reto de un nuevo país en una Europa que se ha conjurado para avanzar hacia el futuro. Una alegría momentánea. ¿O, no?