“No podemos formar parte de la gobernabilidad de Sánchez, porque somos la alternativa”, ha proclamado el Sr. Casado, tras haber sacrificado en el altar de la uniformidad partidaria al fichaje estrella de otro tiempo, la Sra. Cayetana Álvarez de Toledo. Los fichajes estelares suelen ser más propaganda que realidad. Tras la afirmación rotunda del Sr. Casado es imposible no preguntarse dónde aprenden “Política” las nuevas gentes que acceden a los partidos políticos. ¿Cómo puede entenderse “ser alternativa” con exclusión de diálogo y pactos que contribuyan a la gobernabilidad de un país, no la gobernabilidad del Sr. Sánchez? ¿Estamos en España en disposición de paralizar instituciones, legislación, reconstrucción y propuestas cuando nos situamos en el epicentro de una tormenta aterradora? ¿Construyen los elegidos, una vez votados, su propia realidad al margen de la realidad de los ciudadanos? Si fuera así, tendríamos que preocuparnos.
Soportamos una crisis sanitaria incontrolable, una crisis económica de proporciones jurásicas, una crisis estructural de las instituciones básicas de la democracia y una crisis territorial que incrementa sus demandas separatistas en la medida que se percibe una España ingobernable. ¿Cómo es posible que no se analicen estos escenarios que anuncian colapsos sociales y se prefiera la ruina antes que reforzar al país? ¿Dónde y de quién habrán aprendido los nuevos profesionales de la política que dicen cosas como las del Sr. Casado o se comportan como niños enrabietados? ¿Quién les habrá explicado que los países se construyen con vetos, líneas rojas, muros impenetrables, incompatibilidades personales o de grupos, en lugar de dialogo, pactos y acuerdos? Entre ser prótesis del gobierno o bloquear a un existe la distancia entre ser patriota o un simple arribista.
En las escuelas de política de antes se enseñaba que “una alternativa” es más confiable cuando contribuye a la gobernabilidad de un país. Que la capacidad de diálogo y pacto trasmite a los ciudadanos ejemplaridad democrática, habilidades para la convivencia en la diversidad y actuaciones conjuntas contra la adversidad. Se aprendía que la discrepancia era un valor de la pluralidad y que participar en la gobernabilidad de un país desde la oposición era garantía de relevo imprescindible en la gobernanza responsable. Estas enseñanzas en algún momento se perdieron por la necesidad de espectáculo de los medios visuales en los que se impone el enfrentamiento extremo, la polarización máxima y los mensajes de madera hueca. Mensajes breves, provocativos y ambiguos, recomiendan los expertos. Con lo cual se volatilizan los programas, desaparece el debate. El adversario se convierte en enemigo; al discrepante, eliminarlo y al crítico se le envía al ostracismo. ¿Cómo puede, con estos actores, construirse un país solvente y confiable?
Y para cerrar el círculo pesimista que la realidad sugiere, hemos comprobado, aunque era imaginable conociendo el paño, que los nuevos partidos que se postulaban para regenerar la vida política, llegaban a ella con los peores vicios de los partidos a los que querían suplantar. Autoritarismo, amiguismo, nepotismo, narcisismo, egolatría, corrupción, partidos cerrados a cal y canto en los que se emplea la informática como instrumento oscuro de control del militante o inscrito y de las discrepancias. ¿En qué Facultades o Escuelas aprendieron estas técnicas que destierran la participación cívica? ¿Nadie les advirtió que el deterioro de la democracia se encamina a modelos autoritarios y actitudes tiránicas? Los griegos clásicos ya supieron de estos mecanismos. Lo que resulta anormal es que lo que ellos descubrieron hace siglos no lo hayan estudiado en las escuelas de masteres en política o en gestión pública. Difícilmente ningún partido político que se defina por la exclusión podrá conseguir una mayoría imbatible, como la que sueña el Sr. Casado.