Durante los meses de vigencia del Estado de Alarma, en los lejanos meses de marzo hasta junio, los presidentes de Comunidades Autónomas de derechas e independentistas reclamaban delegación de competencias, responsabilidades compartidas, cogobernanza y fin del Estado de Alarma. No les gustaba el modelo de mando centralizado en el Presidente del gobierno de España. ¿No se precipitó la desescalada? ¿Sí se hubiera mantenido el Estado de Alarma hasta finales de junio – el punto más bajo de la epidemia – los contagios hubieran llegado a la situación actual? Urgían diversos asuntos: elecciones de Galicia y País Vasco, abrir bares, hoteles y restaurantes, recibir turistas extranjeros. Claro, que lo último sin contar con las decisiones de esos países extranjeros y con la creencia inconsciente de que, con las responsabilidades asumidas por las Comunidades, la pandemia se controlaría. Llegaba el verano en el que se esperaba menos agresividad del virus. Nuevo error.
El virus en los meses siguientes no ha ido a menos, sino a más. Los presidentes de derechas han pedido a gritos la vuelta a que el presidente de Gobierno asuma el mando. Ya no importan ni las competencias ni la cogobernanza. Hay que recuperar el orden anterior para que la derecha tenga a alguien que culpar por la expansión del virus. Sánchez ha ofrecido a las Comunidades Autónomas que sean ellas las que soliciten al gobierno su propio “estado de excepción” en función de la gravedad de la situación. A los presidentes de la derecha, la iniciativa de Sánchez tampoco les ha gustado. Y, como siempre hay alguien que expresa lo que los demás piensan, el Sr. Lambán ha dicho que pedir el estado de alarma “estigmatiza” al territorio que lo solicite. En esas estamos.
El Sr. Casado, tras el verano, ha tomado la iniciativa. Ha destituido a su portavoz estrella, ha anunciado que no colaborará con el Gobierno en nada y para nada y ha afirmado que España se encuentra como un barco a la deriva, sin un timonel que dirija la larga marcha contra la Covid-19. Tal, como lo ha expresado en otros momentos, ser alternativa consiste en pedir al gobierno una cosa y su contraria. Lo blanco y lo negro; la noche y el día. El yin y el yan. Cualquier discurso vale, menos colaborar en la gobernación de España.
Entre tanto, en el frente mediático los profesionales de la información, esparcidos en la compleja geografía de diarios digitales y no digitales, que hacen periodismo de trinchera, ansían un cambio de estrategia. Con la dispersión actual de competencias la permanencia en las trincheras quema y achicharra. Diecisiete comunidades autónomas no pueden ser agredidas por su gestión de la pandemia. Sí lo que importa es conquistar el poder central, con las fórmulas endiabladas de Sánchez ningún ataque será efectivo. La milicia mediática y los francotiradores, especialmente los vitriólicos, tendrán dificultades para ejercitar sus habilidades corrosivas. Sus envenenados escritos se convertirán en panfletos y la actividad profesional parecerá lo que ya es: cosa distinta y distante a la información y la opinión. La libertad de prensa no puede consistir en ver quien dice o escribe la mayor burrada contra el gobierno de turno, aunque sea de izquierdas. Podrían orientar el fuego contra la situación económica, pero existe el consenso en que no es el momento. En el Gobierno andan enzarzados entre ellos. Iglesias siempre se encuentra disponible a la pelea por la imagen. Hay que posponer la ofensiva económica. Mientras los ciudadanos se resguarden en las burbujas del ICO, ERTES, ERES, subsidios por desempleo, ayudas varias, renta mínima, los ataques serán estériles. De ahí, el desasosiego en las trincheras.