La realidad no deja de emitir mensajes. Unos los desciframos y otros no. La gran mayoría de los que entendemos resultan inquietantes. Inquietante es que el presidente de los Estados Unidos flirtee con un Golpe de Estado y no nos asustemos. A ello se orientan las maniobras de los últimos días. Incluso pretende cambiar el voto de los representantes que, por el sistema electoral norteamericano, eligen al presidente al margen de los votos de los ciudadanos. Algo así como sí, entre nosotros, los delegados de los partidos en un Congreso cambian el voto de los militantes de la asamblea local, provincial o regional para apoyar a un candidato distinto al propuesto por las bases. Quienes conozcan los partidos por dentro comprenderán mejor lo que digo. Pero más inquietante que el coqueteo de Trump con un Golpe de Estado es que 72 millones de personas acepten sin pestañear que en la Casa Blanca se hayan colocado a los hijos, esposas, yernos, novios o parientes del presidente. Que las reuniones o conclaves oficiales se celebren en las instalaciones y hoteles del presidente. Lo público mezclado con lo privado en una simbiosis de nepotismo y gansterismo institucionalizados.
Inquietante resulta que no pague a la Hacienda los impuestos correspondientes y los millones de personas que le han votado y el partido republicano miren para otro lado. Que los blancos pobres se sientan superiores y conservadores, porque existen otros más pobres que ellos, que son los negros, los latinos o los asiáticos. Inquietante que quisiera mandar al ejército contra una manifestación de ciudadanos, a cuyo Secretario de Estado, que se opuso, ha fulminado con la palabra “terminated”, liquidado. Una zafiedad de matón. Inquietante es el desprecio a las mujeres en general y las que se dedican a la política en particular. De la candidata a la Vicepresidencia, Kamala Harris, dice que es un monstruo o a la presidenta del Senado, Nancy Pelosi, la llama habitualmente loca. Y lo más inquietante es que el Partido Republicano de ese país, la derecha conservadora, sostenga y no condene tales actuaciones. Polarización y división a partes iguales. Populismo en ascenso. ¿No les suena parecido a lo que ocurre en España? ¿No justificamos la corrupción o los desaciertos de los nuestros, porque son de los nuestros y exageramos los del adversario? También entre nosotros empiezan a proliferar mensajes inquietantes.
Recuerden, por si sirviera de algo. En la primera oleada de la pandemia se atribuyeron los fallecidos personalmente al presidente Sánchez. Una crueldad gratuita. Aceradas plumas de escritores acerados emplearon sus mejores técnicas panfletarias al servicio de la reivindicación de los muertos que Sánchez acumulaba y no reconocía. En la semana pasada un periodista hablaba de eso en la Federación Empresarial de Toledo. Ya les vale. El personaje o se ha quedado anticuado y vive haciendo bolos por provincias con discursos del pasado o continúa estirando una realidad ya superada. Si en aquellos momentos los muertos los causaba Sánchez directamente y además ni quería hacerles homenajes, ni funerales, ni vestir lutos, ¿a quién atribuimos los de esta segunda oleada? Apenas se habla de ellos. Se deshumaniza a los muertos de esta fase de pandemia en una cifra diaria y ya está. Nadie les reivindica. ¿Qué ha cambiado? Simplemente, se han “territorializado”. Ya los fallecidos como táctica política contra el presidente del gobierno no sirven. Ahora preferimos a Bildu y los muertos de ETA. La sangre siempre conmueve a los seguidores y a los equidistantes. No se va a culpar a cada presidente de Comunidad Autónoma, con lo variados que son, por los muertos en sus territorios. Menudo engorro. Inquietante.