La inesperada victoria de Trump
No se lo podría imaginar Trump. En un país que tal vez ni sabe que existe; en una capital, Madrid, poco atractiva porque no ha construido ningún hotel en ella, se han reencarnado su lenguaje infantil, sus medidas económicas ultraliberales, su desprecio por la democracia, el recurso a la violencia física o verbal. La presidenta de Madrid sostuvo en una televisión que si te llaman fascista estás en el lado correcto de la historia. En Madrid los modos y maneras de Trump se han impuesto durante estos años. El tono moderado ya no es una virtud. Hay que pronunciar frases llamativas, provocadoras. Garantizan espectáculo y seguidores. Pero las palabras no son inocuas, conforman pensamientos, modos de vida. El 4 de mayo – dos días antes se rememorarán los tópicos de Madrid contra los franceses - se va a decidir si es una ciudad abierta o un territorio conservador con el fascismo incorporado. Casi, casi, sin percatarnos, vuelve el siglo XIX y su prolongación en la primera parte del XX.
Los norteamericanos echaron a Trump. Los sectores más concienciados de las grandes urbes, se aliaron para acabar con los desastres que estaba causando, tanto dentro como fuera. Ni en lo más confuso de sus sueños autoritarios, pudo sospechar que crearía escuela, que su ejemplo se trasladaría a un país del Sur de Europa y a la que debiera ser su capital federal. La actual presidenta convocó elecciones anticipadas, solo para dos años, porque quiere gobernar sola: “Llevo dos años presa de Vox y Cs”, ha dicho. Lo que explica el retorno a una antigua concepción patrimonial del poder y de la patria que acumula deudas con ella que algún día deberá saldar. ¿Cabe más obscena megalomanía?
En Madrid se ha impuesto un “negacionismo difuso”. No se niega la pandemia, pero se actúa como si no existiera. Se prefiere la economía a la salud, que es el discurso de piedra de los negacionistas. No se niega el cambio climático, pero no se toman medidas para combatir sus efectos. Madrid vive en una realidad construida en un gabinete de campaña electoral permanente. De acuerdo con el texto de esa realidad alternativa, Madrid es la “ciudad alegre y confiada”, que describiera Jacinto Benavente, cuya vida transcurre en bares y terrazas, mientras sus dirigentes cometen todos los errores posibles. En esa realidad ficticia, los ciudadanos van a museos y al teatro, cosa que no sucede en ningún otro lugar. Nada diré sobre el comentario despectivo para el resto de territorios. Sus habitantes viven en un mundo en el que el trabajo o su ausencia, los desplazamientos incómodos, la dureza corrosiva de toda gran ciudad, son un paréntesis entre la felicidad gregaria y un incremento inconcreto de la riqueza. En un lugar así no puede existir una pandemia que mate a sus ciudadanos, sature los hospitales, ignore la atención primaria o un fenómeno destructivo de nieve y hielo, consecuencia del cambio climático. Es la forma simplista de “normalizar” a un partido fascista, como Vox. Se difumina la ideología o se contempla formar gobierno. Que se fuera el Sr Iglesias de España fue la expresión de una dirigente de Vox en un debate violento. Recuperamos el país donde historicamente siempre sobra alguien, ya sea liberal, republicano, de izquierdas, investigador o científico. En Francia han tardado más de treinta años en “normalizar” el fascismo de la Sra. Le Pen. En España quemamos etapas velozmente. Un partido fascista sostiene o forma parte de diversos gobiernos. Al fin y al cabo, la derecha política española nunca se desenganchó del franquismo.