Han pasado quinientos años de la revuelta de las Comunidades de Castilla. Y, ahora parece que, por fin, también en Castilla-La Mancha se acepta que aquel movimiento ciudadano escondía un potencial transformador que hubiera alumbrado una Historia de España distinta de la que fue y ha sido. Pero como algunos de los contenidos de aquellas demandas ciudadanas pudieran tener vigencia en la España actual, se ha proclamado una equidistancia instrumental con aquellos acontecimientos de quinientos años, (¿es posible mayor equidistancia?), para que no se inquieten algunas mentalidades actuales. Como siempre sucede con la Historia, está posee un potencial extraordinario para aflorar miedos atávicos o, por el contrario, esconde un potencial ingente para construir lugares más plurales, más sabios, más tolerantes. Y en paralelo no debemos olvidar que también han transcurrido quinientos años para los sefardíes expulsados de España.
El domingo, 11 de abril de 2021, el escritorPierre Assouline Zerbirpublicaba un artículo en el diario El Paístitulado “Mi España”. Grito patriótico donde los haya. Recientemente aparecía su libro “Regreso a Sefarad”. En el artículo citado cuenta su peripecia personal, que será la de otros muchos, para obtener el pasaporte español que le pertenece por el origen de su familia. Y, porque en el año 2015, las Cortes Generales aprobaron una ley por la que se devolvía la nacionalidad española a los descendientes de los sefardíes que hace quinientos años fueron expulsados por una disposición legislativa de los Reyes Católicos. Apoyado en el texto del escritor no he podido evitar retrotraerme a aquellos tiempos terribles -tal vez igual que los actuales- ahora que escuchamos o hablamos con indiferencia de los emigrados de Siria, del Yemen o de los cayucos que arriban a las costas canarias. Hay que imaginar el miedo, la angustia y el dolor de cuantos tienen que abandonar su tierra de nacimiento por hambre, guerras o persecuciones. Pierden el presente, el futuro se les puebla de incertidumbres y, lo más valioso, se les arrebata la identidad y las raíces. Se convierten en gentes errantes en desiertos hostiles llenos de caras y gestos de repulsa y desprecio. Tras la expulsión, los Reyes Católicos construyeron un monumento funerario, conocido como San Juan de los Reyes, para grabar en la eternidad su proeza. La arquitectura, una vez más, describe en sus estructuras de piedra, ladrillos y argamasa el proyecto triunfante de unos reyes y los proyectos frustrados de las familias que tuvieron que salir de Toledo y otros lugares para marchar hacia ninguna parte. Los judíos de Toledo habían contribuido a la riqueza de la ciudad desde siglos. La mitificada Escuela de Traductores, potenciada por Alfonso X, no hubiera sido posible sin los sefardíes que sabían idiomas o sin los comerciantes que traían a la ciudad con sus mercaderías las sabidurías de otros lugares. En los tiempos de la expulsión de los sefardíes, Toledo era capital económica y social de Castilla. No existió consideración. Así actúan las sociedades cuando se deshumanizan.
Mientras escribo este texto leo que el interiorista Tomás Alía, natural de Lagartera, promueve que las artesanías de los vestidos tradicionales de este lugar, mantenidas durante siglos, sean declaradas Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Y lo más fantástico de estas historias de antropología de cinco siglos es que según los estudiosos y el propio Alía,esos trajes y trabajos textiles bien pudieran ser una herencia de los sefardíes que, en algún momento, se refugiaron en esas tierras huyendo de persecuciones. Transcurridos quinientos años, aún son muchos los acontecimientos de la Historia que deben ser actualizados para comprender mejor el tiempo que vivimos.