Las comunidades, asociaciones fundacionales del progreso humano, funcionan con elementos de ficción. Es decir, mitos. Entre ellos, el desempeño de la Justicia o la Democracia. Escribe Yoval Noah Harari, en su libro, “Sapiens. De animales a dioses”, que los mitos son relatos imaginarios que trasmiten los miembros de la comunidad entre ellos y que les sirven para cooperar y progresar. “No hay dioses en el universo, no hay naciones, ni dinero, ni derechos humanos, ni leyes, ni justicia fuera de la imaginación común de los seres humanos”, expresa. Sobre esos mitos se sostienen las comunidades desde que los “sapiens” se juntaron. El sistema de justicia se relaciona con la creencia, imaginaria y compartida, de que esa invención mítica resulta eficaz para dirimir diferencias, solucionar conflictos, mantener valores colectivos y prevenir que alguien, al margen de la comunidad, resuelva sus discrepancias de manera individual y violenta. Es un instrumento de cooperación y progreso que los humanos han consolidado a través del tiempo. Los mitos, ficticios y compartidos, quiebran, sin embargo, sí alguno de los encargados de ejercer justicia u otras atribuciones comunitarias, se deja influenciar por sus ideas políticas o religiosas – mitos imaginarios y muy volátiles –, por presiones de terceros, por corrupción o negligencia. Y sin mitos las comunidades se fracturan. Se fracturaron en el pasado y se pueden fracturar en el presente, tal como cuenta Julián Casanova en el libro “Una violencia indómita. El siglo XX Europeo”.
Un juez admite que la Sra. Cifuentes, ex-presidenta de la Comunidad de Madrid, no realizó el “máster” que exhibía, pero culpa a otra de las partes implicada por el engaño consumado. El Tribunal Superior de Madrid ha ratificado la sentencia del primer tribunal. Escandaloso, pero nadie se ha inquietado. Otro juez, también de Madrid, declara inocente a la Sra. Monasterio, porque las falsificaciones que utilizó para trabajar con una titulación de la que carecía eran tan burdas y groseras que no merecían sentencia. La actual presidenta de Madrid aprueba la creación de un “chiringuito” inútil para pagar con dinero público servicios prestados. La justificación del “chiringuito” se asienta sobre un discurso delirante. Se pretende convertir a Madrid – no Berlín, París o Londres – en capital europea del español. Es lo que tiene haber ganado unas elecciones con mensajes de guardería. Madrid se está convirtiendo en un lugar atrabiliario y palurdo, aunque eso sí, sus habitantes parecen encantados con una presidenta que habla con lenguaje de niña eterna y expresiones de joven inmadura. Eso sí, “mola”, porque refleja una juventud sin fin y descomplicada en la que todos queremos vivir.
Todo rema en la misma dirección. En el más reciente debate en el Parlamento del Sr. Sánchez con el Sr. Casado, este último expuso una reflexión envenenada sobre la guerra que hace años enfrentó a unos españoles con otros. La comunidad no supo encontrar soluciones a sus diferencias de otra manera que recurriendo al exterminio de un número cuantioso de sus miembros. Según la explicación del Sr. Casado en un lado se situaron quienes querían “democracia sin ley” y en el otro quienes querían “ley sin democracia”. Lectura revisionista, al más puro estilo de Polonia o Hungría, de un golpe de Estado militar que causó una guerra civil, una represión inaudita y una dictadura. ¿A dónde podremos llegar? Por si sirviera de pista: cuando la democracia – una ficción mítica eficiente - se desmorona aparecen los autoritarismos que avanzan en Europa. En Rusia, China y otros lugares gobiernan autócratas. Y en los Estados Unidos los ciudadanos eligieron, y volvieron a votar, a un individuo llamado Trump.