Un día como hoy, pero de hace 700 años, fallecía un escritor muy reconocido tras su muerte y divinizado en siglos posteriores. Se llamaba Dante Alighieri. Había nacido en Florencia, en mayo de 1265, cuando el sol entraba en conjunción con Géminis. Una alineación astral que anunciaba una personalidad brillante. Tuvo una vida agitada por su participación en la política activa en la Italia de la época.
Por esa incursión en la política de su ciudad, Dante se convirtió en un exiliado. Algo semejante está sucediendo en el momento presente con el escritor y premio Cervantes, Sergio Ramírez. En Nicaragua, un antiguo revolucionario reconvertido en dictador, Daniel Ortega, persigue o empuja al exilio a cualquier posible competidor. Ser exiliado en la Italia del siglo XIII o XIV era lo mismo que ser exiliado en el siglo XX o XXI. La soledad opaca y el vacío agrio impregnan al exiliado. En la Italia, que entonces no existía como nación, los exilios iban de una ciudad a otra, de una región a otra a la espera de una oportunidad para volver. Si perdía el bando al que te habías unido, eras eliminado o huías. Dante nunca volvería a la ciudad donde nació, aunque lo intentara con diversos recursos. Mientras, la Florencia de su infancia y de su juventud iría cambiando entre las brumas de la nostalgia. Vivirá los últimos años añorando lugares y sombras ya difuminados, distanciado del presente y ajustando cuentas literarias en su “Infierno y Purgatorio” con sus enemigos políticos.
Dante se desvió del buen camino a los treinta y cinco años. En la mitad de la vida se adentró en una selva oscura, según él. De la sabiduría y de la escritura pasó a la política. Una mezcla de ambición personal y patriotismo localista le empujaron hacia esa actividad en una Florencia tan volátil que un día se podía estar en la cumbre del poder de la ciudad y al día siguiente en prisión o ser condenado a muerte. En una primera sentencia se le impusieron penas pecuniarias y confinamiento forzoso. Pero al no hacer caso de ellas, una nueva sentencia lo condenó a la hoguera. Lo que menos importaba era la veracidad de las acusaciones. Se pretendía quitar de en medio a los competidores, adversarios o enemigos.
Para evitar la muerte, recurrió al exilio. Y el exilio formará parte de un impulso vital que le empuja a unirse a otros exiliados en una conspiración permanente para volver a su ciudad. Las cosas, sin embargo, no saldrían como esperaba. Se convertirá en un exiliado profesional, huyendo de las alianzas, contra-alianzas, traiciones, conjuras que las ciudades, inquietas y en conflictos continuados entre ellas, imponían. Vagará de una ciudad a otra, buscando protectores para poder vivir y escribir.
Dante fue un intelectual, lo mismo que Maquiavelo y otros muchos, que quiso compaginar literatura con política, humanismo con acción. Cuando por fin tuvo conciencia de la inutilidad de su lucha, pudo escribir la “Comedia”, no divina como trasmite el tópico. Es un texto iniciático que codifica los valores de la Europa moderna. Pero, ¿qué le puede interesar de Dante a un manchego, habiendo dado cobijo a tipos como Cervantes o como Fernando de Rojas? Las huellas de la marginación y del éxito a posteriori. Los tres fueron perseguidos. Los tres crearon obras universales. Los tres forman parte de nuestra Cultura. Dante fallecía en Ravena, en 1321, en un día como hoy, desaparecido el sol. Probablemente de malaria, una enfermedad endémica en aquellos tiempos en zonas lacustres Europa y aún presente en muchos lugares de África y Asia.