Las Diputaciones Provinciales son el último reducto caciquil del siglo XIX, incrustado en la Constitución española de 1978. El Sr. Fraga Iribarne, que sabía un rato largo de caciques, votos cautivos y servidumbres territoriales, condicionó el apoyo a la Constitución por Alianza Popular a la pervivencia constitucional de este instrumento del pasado, no por arqueológico menos eficaz en tiempos actuales. De algunas diputaciones hemos conocido escándalos en Galicia, Castellón, Alicante, Almería y otros, pero aún así hemos decidido convivir con este instrumento opaco, de representación indirecta y cuyos fines se superponen con las competencias de las Comunidades Autónomas.
En el PSOE de Toledo, seguro que en otros lugares sucede lo mismo, se celebrarán elecciones para elegir al secretario General de la provincia, previos los avales reglamentarios. Se presentan dos candidatos: Ángel Luengo, antiguo diputado provincial y concejal de Noblejas, y Álvaro Gutiérrez, presidente de la Diputación y alcalde de Escalona. David contra Goliat, si atendemos a las plataformas de salida de uno y de otro. La voluntad de la ideología frente al conglomerado difuso de la institución. Y si los trasladamos a la arena partidaria, el militante sin condicionantes frente al militante influenciado. Las Diputaciones elaboran Planes Provinciales así como otras inversiones ordinarias y extraordinarias que trasladan a los pueblos. En consecuencia, los pueblos gobernados por adscritos al PSOE serán concernidos. ¿Todos los candidatos disponen de los mismos medios y tienen idénticas ventajas? Algunos pueblos se podrían quedar fuera de tal o cual inversión o del montante de la cuantía de los planes provinciales. Depende de sus comportamientos, de sus actitudes, de sus andanzas. ¿Y qué alcalde, concejal o militante de un partido no quiere la mayor inversión para su pueblo? ¿Alguno cerraría la puerta, por un aval o un voto, a las inversiones de una Diputación? La desproporción es evidente.
Tal como vienen las cosas en Toledo, las candidaturas presentadas van a dilucidar entre un modelo de partido en el que los militantes sean, se sientan y puedan actuar libremente o mediatizados por una institución que unifica poder partidario provincial con poder institucional. Ángel Luengo ofrece su voluntad, el protagonismo del ciudadano de base, la desvinculación de la militancia de la simbiosis entre poder público y participación política que evite los riesgos de prácticas caciquiles. O sea, pluralidad ideológica en plena ola de uniformización de la política.
En el otro lado, el candidato puede poner encima de la mesa cuestiones que se dilucidan subterráneamente. Como en las películas y series que tratan de política, Borgen o House of Cards y otras varias, asesores, diputados, directores, lacayos, alcaldes, contarán “sottovoce” lo que cada uno se juega en el envite. Por esas series conocemos los mecanismos psicológicos y materiales del funcionamiento de estos asuntos. En el mercadeo de avales y votos, frente al producto intangible de Ángel Luengo se vislumbra una máquina de poder de dos siglos de experiencia. Se presentan, pues, dos modelos de partido distintos. Que, aspiran a conquistar la voluntad de los militantes. ¿Quién cree el lector que tiene más posibilidades? El candidato Ángel, como un nuevo soldado Ryan, debe ser salvado en medio de una batalla como la que se muestra en la película. Porque apuesta porque la militancia se mueva al margen de la institucionalización de la política. Y para que los partidos políticos sean instrumentos de base social amplia en la que el afiliado no figure como un objeto, sino artífice real de un proyecto de participación y transformación social. La candidatura de alguien desligado de familias, grupos de poder e instituciones provinciales significa una apuesta en favor de la democracia interna de los partidos. ¿Quién no apostaría por el pluralismo democrático?