¿Qué hubiera pasado sí el gobierno no hubiera aceptado alguno de los candidatos propuestos por el PP para las instituciones del Estado que había que haber renovado hace años? Todos, opinadores y oposición, y nosotros mismos, habríamos criticado la incapacidad del gobierno para llegar a acuerdos que afectan al funcionamiento de las instituciones fundamentales del Estado.
Las instituciones deben primar sobre intereses más pequeños, hubiéramos clamado con razón. De todo se hubiera dicho del gobierno con alusiones a las supuestas pretensiones totalitarias de su presidente o la tendencia de este gobierno a no pactar con los verdaderos patriotas y, sin embargo, sí con los enemigos de España que, una vez más hay que recordar, forman parte del Parlamento de la Nación.
Sabiendo que no llegar a acuerdos le pasaría la factura completa gobierno y no a la oposición, el PP hizo una oferta de candidatos para el Tribunal Constitucional con la intención de que el gobierno la rechazara. Se propuso a un hipotético delincuente y a otro vinculado a teorías ultraconservadores. El escenario que se perfilaba era muy claro: o tragas o no hay renovación de instituciones del Estado. ¿Cómo llamar a este comportamiento? ¿Chantaje, extorsión, táctica diabólica? Lo de menos es el nombre.
Se ha obligado a la izquierda a admitir públicamente que hay ocasiones en las que se tienen que tragar sapos en beneficio de la democracia. De ahí las chanzas de Vox en el Parlamento, que se han pasado de tapadillo por el trato condescendiente de los medios de comunicación a un partido fascista. La derecha, que representa el PP actual, ha querido humillar a la izquierda en el gobierno. No querías caldo, toma tres tazas. Así se las gasta esta nueva derecha que no parece tener ningún coste electoral por su desprecio a la democracia, o la más descarada, la negativa injustificada a renovar los miembros del Poder Judicial.
Han decidido no renovarlo porque ellos lo valen, mientras se entretienen en sus peleas internas. Entre tanto, encuestas de empresas pagadas difunden el triunfo futuro del PP. ¿Es la derecha incombustible? ¿Soportan los ciudadanos actitudes como esta más la abundancia de juicios por corrupción sin que perciban los riesgos un partido semejante? ¿Cómo serán los dictámenes de los nuevos miembros del Tribunal Constitucional, cuando cada día se judicializa más la política? ¿Qué dictamen emitirá uno de los recién ingresados sobre una ley del aborto que lleva 11 años bloqueada en el tribunal y ahora le ha tocado, precisamente, a él dictaminar? Todo esto no deja de ser una historia más, como otras muchas a las que nos acostumbra la derecha, en un país insensible a la importancia de los comportamientos cívicos.
No se debieran trasmitir a la sociedad mensajes, directos o indirectos, para que desconfíe de la capacidad representativa de la democracia. No se pueden trasladar a la ciudanía actuaciones de prepotencia, porque eso nos coloca a un paso de las peores maneras del totalitarismo de Trump o de Putin. Cierto, aún ha habido una invasión del Congreso o del Senado, pero sí de las instituciones por personajes más que dudosos. Se destierra del contexto político la necesidad de trasmitir a los ciudadanos comportamientos ejemplares desde la política. La izquierda ha sido humillada, el gobierno de la nación ha sido humillado y también los ciudadanos que eligieron estas opciones. Mal pintan las cosas en una sociedad en la que la alternativa de gobierno impone tragar sapos y culebras.