Escribir sobre política internacional tiene tantos riesgos como hablar de política internacional sin saber de política internacional. Consideración esta que no nos inquieta si se proyecta a la política interior y se convierte en instrumento de combate contra el adversario local. El más reciente debate de política internacional se ha centrando en el llamado Sáhara español.
El gobierno anunció, casi por sorpresa, que veía con buenos ojos una forma de integración del Sáhara en el Reino de Marruecos, según los auspicios de la ONU. Un anuncio que la derecha ha criticado, más por la forma que por el fondo, y una pretendida izquierda la ha empleado para acusar de traición al PSOE, algo que se repite con cierta asiduidad. La cuestión del Sáhara, como sucede habitualmente, está sirviendo para hablar de nosotros, aunque en las últimas semanas haya sido sustituido por debates menores, pero no se preocupen, ya se actualizará cuando convenga.
El denominado problema del Sáhara viene de lejos. De los últimos años (1975) de la dictadura. En ese año España salió de estampida del Sáhara como ya lo había hecho de otras colonias. La España del imperio y la España colonial nunca han salido de los territorios como los franceses, ingleses o portugueses, manteniendo unas relaciones de colaboración, comercio y cultura que les posibilita un trato fluido con esos lugares. En España nos vamos y ya está. Así se creó el conflicto del Sáhara español, que lleva 47 años sin resolverse y hay gente que apostaría por otros 47 años en la misma situación. ¿Es posible? Es posible. ¿Es aconsejable? Seguramente no.
Pero claro, si alguien intenta tocarlo se encontrará con resistencias de acero. Ya lo pretendió el Sr. Zapatero y abandonó. Ahora lo ha resucitado el Sr. Sánchez, aunque habrá que ver cuánto soporta las embestidas de un lado y de otro. La derecha no tiene ningún rubor en aprovechar la ocasión para desgastar al gobierno, eso sí, sin aportar alternativa alguna que, por otro lado, no tiene fácil dadas las peculiaridades de la derecha española. Los nacionalistas han aprovechado la ocasión, como hacen habitualmente, para hablar de lo suyo. Porque cuando hablan de la autodeterminación del Sáhara están hablando de su autodeterminación. Y por último, queda la izquierda romántica y estática que mira al pasado como un tiempo mejor.
Ante la alocada salida de España, la izquierda, sobre todo comunistas y socialistas, se posicionó en contra de esa actuación que fue asumida por la derecha. Cuando llegó la democracia una ola de solidaridad con el Sáhara se adueñó de los corazones de la gente de izquierdas ante la amenaza del vecino marroquí, con quien los españoles mantienen una relación de amor-odio que tal vez provenga de la derrota de Annual y la guerra del Rif. La solidaridad española con el Sáhara consistió en ayudar a la población que se negaba a formar parte de Marruecos. Lo cual le venía bien al otro vecino de Marruecos, Argelia, con el que también mantiene relaciones tensas.
Para crear lazos de solidaridad y de acercamiento se organizaron, entre otras actividades, diversas visitas al Sáhara para alcaldes, concejales y otros cargos. A la vuelta de una de esas visitas, uno de los alcaldes, nada sospechoso de no ser de izquierdas, resumió la visita en un comentario impresionante y definitivo. Los jefecillos, afirmó, tienen a la gente secuestrada. Han hecho de su excepción una forma de vivir. Tal como está girando la geopolítica y las crisis energéticas ¿no habría que arreglar esa situación excepcional en el marco de las Naciones Unidas? África es, de manera distinta a épocas coloniales, una opción política y económica para Europa.