La legislatura se presentaba complicada, aunque no tanto como iba a ser en el día a día. Una vez más la realidad sobrepasa a la ficción. Tras una segunda convocatoria electoral, el Parlamento resultó tan fraccionado como el que se había intentado superar. Los ciudadanos parecían vivir en una extraña apatía. Consecuencia: un fraccionamiento casi incontrolable de las Cámaras.
La legislatura se presagiaba agitada y breve. La derecha se obsesionaba con la oportunidad de recuperar el poder, perdido por una moción de censura por el reconocimiento judicial de una corrupción insoportable. Al Sr. Sánchez, que se había atrevido con la moción de censura, los propios y los extraños le auguraban escasos meses de vida política. Los propios lo intentaron –algunos aún lo siguen intentando- coincidiendo en ocasiones con los extraños y estos a su vez redoblaron la ofensiva. Nada estimula tanto al adversario como el olor a sangre entre los miembros de un mismo partido. Sobre todo si es en la izquierda. Sí sucede en la derecha lo llaman “Refundación”. A pesar de los cual, han transcurrido años de aquel movimiento que suplantó a un gobierno corrupto.
De improviso surgió una epidemia que evocó en el subconsciente atávico de los humanos miedos y pesadillas ancestrales. Cuando las epidemias diezmaban a la población. La más cercana, la de 1918, había matado a más gente que la cruenta Gran Guerra. Se aplicaron las medidas tradicionales, aunque con algunas novedades. Casi en directo, a todas horas, los medios de comunicación y las redes sociales contaban sobre la pandemia, los fallecidos, los ingresados en las UCIS, los tratamientos más diversos, la ausencia de equipos preventivos y medicamentos eficaces, la extenuación del personal sanitario. La humanidad iba a ser sometida a una nueva prueba y, por supuesto, los gobiernos eran la parte más endeble.
En el caso de España, la debilidad del gobierno se incrementaba con las dificultades de actuar contra lo incontrolable. El colapso de la economía anunciaba una crisis disparada que se sumaría a la precedente Gran Recesión del año 2008. Sin solución de continuidad, una ola de frio, desconocida por estas latitudes, paralizó medio país. Y, aunque, localizado, un volcán amenazaba con destruir una isla entera. Todo ocurría en medio de una sucesión de olas de la epidemia que aún no contaba con remedios para combatirla, aunque se anunciaban vacunas diversas. Algunas se encontraron y se comprobó que eran suficientes para sortear la reciente pandemia. Preparándose para superar las crisis, Rusia invadió Ucrania. La guerra esta vez sucedía en Europa, y desataba una inflación histérica. Un monstruo informe que devora las economías domésticas.
A pesar de los desastres biológicos, de los desastres climáticos, de la guerra al lado nuestro, de la inflación desbocada, el gobierno ha sobrevivido. Ha sido capaz de aprobar leyes, casi todas básicas, para combatir los efectos de las crisis sucesivas o las desigualdades que se acumulan en tiempos convulsos. Y el dato más optimista, aunque pasajero, el desempleo ha descendido a los tiempos anteriores a 2008, antes de la explosión de las burbujas inmobiliarias y financieras. Esta es una manera de contar la historia cercana. Sucinta y optimista, frente a los pesimismos artificiales que nos rodean. Cuando el presente se convierta en pasado, se descubrirá que el gobierno no fue ni débil ni malo. Que actuó, y bien, para combatir problemas de una dimensión insospechada. Y ahora, para rebajar las dosis de optimismo contenidas en el presente texto, me pongo a leer los diarios, digitales o en papel, a desmenuzar los artículos de opinión, a escuchar emisoras de radio y a ver imágenes de las televisiones. Son el antídoto más eficaz contra cualquier intoxicación de optimismo.