Cuando Cervantes venía a Toledo se adentraba en las abigarradas calles del barrio del Alcaná. El bullicio continuo y la variedad de sus gentes reavivaban en su imaginación las múltiples historias que quería contar. Le entusiasmaba la mezcla de palabras en latín, ladino o romance. Sin embargo, todos se entendían.
En uno de esos días de Toledo, entre el invierno que termina y la primavera que no aparece, cuenta que llegó un muchacho a vender a un sedero unos cartapacios y papeles viejos. Movido por su amor a la lectura, como él mismo confiesa, pidió al muchacho que le dejara los papeles. Vio que estaba escrito en letras arábigas y, aunque las conocía, no sabía leerlas. Recurrió a un morisco aljamiado que pasaba por allí para que le tradujese el texto. Y, traduciendo sobre la marcha del arábigo al castellano, dijo que decía: “Historia de Don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benegeli, historiador arábigo.” Al oír aquello, decidió comprar la mercancía por medio real, aunque hubiera pagado lo que le pidieran. Ante Miguel de Cervantes se desplegaba la historia completa que había comenzado a escribir y lo que procedía era seguir contando las aventuras narradas en aquellos papeles.
En un reciente libro publicado por el investigador Javier Escudero, titulado “Las otras vidas de don Quijote”, que lleva, a modo de subtítulo, la interrogante “¿Fue el ingenioso hidalgo de la Mancha una persona real?”, el investigador continúa la aventura, en la que lleva tiempo enredado y libros exhaustivos publicados, para intentar demostrar que varios de los personajes de las obras de Cervantes no son productos de la fantasía, sino personas que por aquellos años vivían en La Mancha y a los que trasladó a varias de sus obras. Quiere demostrar que las correrías protagonizadas por D. Quijote no fueron inventadas, sino que se produjeron con variaciones en la realidad. Lo que puso Cervantes de su parte fue una fantasía inagotable y el tratamiento literario de una realidad cotidiana que sucedía en los diversos territorios vitales de La Mancha.
En esos trabajos, de archivo en archivo, anda el investigador y para conseguir más datos regresa a Toledo. A la manera de Cervantes escribe: “Subía por la calle Trinidad de Toledo, la calle de los archivos. En cada puerta hay un archivo. Aquí, en un postigo, está el Archivo Capitular; enfrente, sí, al lado de la tienda de souvenirs religiosos, el Archivo Diocesano, y subiendo la calle Trinidad, el Histórico Provincial y el Municipal. Volvíamos a Toledo, al origen de todo, de donde nunca debimos marcharnos”.
El autor ha creado un paralelismo literario entre Cervantes, deambulando por el Alcaná, y el investigador que recorre algunas de las calles del barrio desaparecido. ¿Qué busca en Toledo que resulte esencial para su investigación? Busca saber, nada más y nada menos, cómo pudo conocer Cervantes a las personas reales de La Mancha que inspiraron sus personajes fantásticos. Busca descubrir los secretos impulsos de Cervantes para situar las aventuras de sus personajes en un territorio tan atrabiliario como era La Mancha entonces y como sigue siéndolo en la actualidad. En algunos de los lugares, de los que Cervantes no quiere acordarse, todavía hoy en el siglo XXI, suceden cosas que superan la imaginación más desatada.
La otra cuestión que busca aclarar es si Cervantes estuvo viviendo en La Mancha o si La Mancha se acercó a Cervantes a través de gentes que, en tardes y noches largas, contaban historias de familiares, vecinos y conocidos. Y respuestas a esas y otras cuestiones es lo que encuentra en la calle de los Archivos de Toledo.