Los economistas anunciaban que, tras la pandemia, se produciría una rigurosa inflación, que sería transitoria. El año 2023 se consideraba como el final de la inflación y la vuelta al crecimiento de la economía. Las previsiones optimistas cambiaron con la guerra de Ucrania y el chantaje de Rusia a Europa. El panorama ha empeorado tanto que ha llevado a Macrón a proclamar el "fin de la abundancia" y la necesidad de sacrificios de todos los ciudadanos. Y eso, descontando de momento, un conflicto bélico en Taiwán, que provocaría un caos industrial de consecuencias imprevisibles. Lo cierto es que la inflación ha llegado a todos los países sin atisbos de que pueda ser controlada prudencialmente. En Estados Unidos ha bajado del 9,1 al 8,5. En Europa, la media se sitúa en el 8,9.
En España, como es habitual, la derecha aprovecha las coyunturas para culpar al gobierno y al Sr. Sánchez, de la inflación. El PP, sus corifeos mediáticos y los profetas del Apocalipsis, que en tiempos dudosos proliferan, no tienen ningún rubor en alentar el malestar que, primero la pandemia, y ahora la inflación, genera en los ciudadanos. Para ser más eficaces se jalean consignas esperpénticas como el uso del Falcón o el elevado debate intelectual de la luz en los comercios. Si seguimos los telediarios, España es el país que más "víctimas de algo" tiene por metro cuadrado y todas deben ser subvencionadas por el Estado.
Aunque lo grave que está sucediendo no es que nos hayamos convertido en un país de victimas, lo grave es que lleva años deteriorándose la clase media. Primero, fue la Recesión del 2008, después, las medidas de "austericidio" de Rajoy, más tarde la pandemia y sus efectos y ahora se acelera con la inflación. La alarma proviene de los Estados Unidos. Las clases medias hacen menos uso del automóvil, adquieren alimentos más baratos en almacenes más populares, se incrementan las ventas de marcas blancas, se gasta menos en moda o se restringen las salidas a bares y restaurantes. Los consumidores cambian sus hábitos y eso sucede, al mismo tiempo o, tal vez por eso mismo, que el país deriva hacia posiciones más polarizadas. Se anhela un cambio drástico que acabe con tantas incertidumbres, como si eso fuera posible. Que Trump no haya perdido credibilidad es un síntoma inquietante de la pérdida de influencia de las clases medias, que suelen actuar como atenuante colectivo de posicionamientos radicalizados. Y lo que vale para Estados Unidos, vale para Europa. En Italia, las encuestas dan como vencedora de las elecciones a la Sra. Meloni, líder de un partido fascista. En España se detectan reacciones ultraconservadoras en la que se mezcla el autoritarismo de tiempos que muchos no vivieron con el individualismo más feroz. La clase media española, que ha sostenido la democracia como un proyecto equilibrado, duda y se escora a la derecha. Sus hábitos y costumbres van cambiando y con ello sus percepciones de la realidad y la política.
La inflación en Europa no se va a contener sí no se actúa sobre la dependencia energética, pero, para lograrlo se necesitan años. Así que 2023 tampoco será un año bueno. Solo cabe prestar atención a lo que ocurre en otros lugares. En el Reino Unido, aunque el Brexit tenga alguna influencia, la inflación se estima para el año próximo en un 18,6. Las previsiones para Europa no son tan desastrosas, pero no dejan de ser pesimistas. Mientras, aquí las medidas de ahorro energético del gobierno se califican de frivolidades por la derecha irredenta. Una vez más, a este lado de los Pirineos, tenemos una visión de las cosas bastante cateta.