Octubre es un mes propicio para las revoluciones. Y España hizo la suya. Fue una revolución pacífica, ilusionada, tal vez, discretamente burguesa. El PSOE ganaba las elecciones con diez millones de votos el 28 de Octubre de 1982. Nunca ha vuelto a repetirse una victoria tan espectacular. Aunque más que la victoria de un partido fue el clamor de una Nación que apostaba por enmendar al completo el siglo XIX y lo transcurrido del siglo XX. Se produjo un clamor sonoro y cívico. En ese clamor se unieron los vivos y los muertos, los que habían dado su vida por la libertad, la justicia y la igualdad desde los tiempos de la Constitución de Cádiz hasta la Constitución de 1978 y quienes apostaban por un presente liberador y por un futuro de progreso. El clamor se materializó en el triunfo de un partido de izquierdas socialdemócrata. Cambio y modernización sin alteraciones traumáticas. Lo que resulta apasionante sí se tiene en cuenta que se procedía de una dictadura que había satanizado a comunistas, socialistas, republicanos, anarquistas, masones y judíos. Muchos habían perdido la vida en paredones oscuros, en cunetas inciertas, en cárceles destructivas o en exilios dolientes y nostálgicos. La revolución de octubre en España fue la apuesta de trabajadores y profesionales de diversa extracción por ser libres en un país equilibrado. Se culminaría con la adhesión al anhelado proyecto europeo como instrumento para superar atrasos históricos. Pocos países pueden contar una proeza parecida: pasar de una dictadura a una democracia con la mayor complicidad ciudadana.
El fenómeno necesitó del compromiso de gentes anónimas, empeñadas en superar un pasado desgraciado. Hartos de tanto encontronazo estéril, hartos de una miseria ancestral. La historia comienza cuando el designado presidente Suarez comprende que tiene que configurar un partido que lo proteja y defienda. Para conseguirlo sitúa al nuevo partido en el resbaladizo territorio del centro-derecha. Se buscan gentes no marcadas demasiado por el régimen anterior. Se opta preferiblemente por profesionales cualificados de distintas procedencias y dedicaciones. Pretende que encarnen a la sociedad que ha ido formándose durante el tardo franquismo. Una nueva clase que se mueve en el centro caliente de un electorado que busca la modernidad sin riesgos. El proyecto, en el sueño de Suarez, tendría vigencia, al menos, durante cien años.
No sabía, o si lo sabía, no pudo escapar, que la derecha tradicional y algunas élites involutivas acechaban su proyecto. Se urdieron contra él varias conspiraciones desde la derecha más reaccionaria hasta la conservadora clásica, que representó el Sr Fraga Iribarne. Acabaron con él y de paso con el partido que había formado. Mientras UCD, que así se llamó al partido del Sr. Suarez, se descomponía en luchas intestinas, se produjo el intento de golpe de Estado de Tejero, Armada y Milans del Bosch. El golpe y el deterioro de UCD, permitieron al PSOE ocupar todo el espacio del centro y de la izquierda, incluida una parte numerosa de la izquierda comunista. Tras el golpe, los ciudadanos habían salido a la calle en manifestaciones masivas para expresar su vocación democrática. La segunda, y más significativa de las manifestaciones populares, fue votar a un partido que, en aquel entonces, como ahora, mejor representaba a la sociedad española. El PSOE ganaba las elecciones con unos resultados insólitos. Antes, centenares de militantes socialistas habían recorrido la geografía de España, pueblo a pueblo, con la gasolina de sus bolsillos, explicando el modelo de convivencia que querían para el país. Se cerraba así la aciaga Historia de los últimos siglos de España. Que ahora algunos no lo entiendan habla más de su ignorancia que de la sociedad en la que ocurrieron aquellos acontecimientos.