Aunque pasando antes por ARCO o por el esencial Museo del Prado. Tras eso, Toledo, para cumplir un sueño, demorado en el tiempo, de contemplar en presencia el cuadro del “Entierro del Sr. de Orgaz” del Greco. A Carlos Luna le brillaban los ojos, a Claudia Luna le atrapaban los efectos y trucos del Greco para centrar la atención del espectador en el suceso que narra. Miren esa mano que sale de no se sabe dónde, miren la otra que no guarda la proporción con el cuerpo al que parece pertenecer. Carlos, con ojo experto, descompone los triángulos con los que construye sus cuadros el Greco. Se multiplican, se superponen, pero en su conjunción y armonía descubren la sabiduría pictórica del Greco.
Carlos Luna y Claudia, su esposa, viven en Miami, un lugar nuevo del nuevo mundo que impone las visiones de ese otro mundo. Y llegan a Toledo, donde perviven las huellas de mundo antiguo que se resiste a desaparecer. Ellos se comportan con las maneras y racionamientos de los ciudadanos de ese enjambre multicultural de La Florida, donde se refugian cuantos huyen de las turbulencias políticas y económicas de Latinoamérica. Carlos Luna es cubano, de segunda generación, que salió de Cuba para ir a Méjico y allí se quedó. Más tarde, junto con su esposa, Claudia, se instalarían en Miami. Carlos Luna es un pintor latinoamericano que busca ampliar la difusión de su obra en Europa. En los Estados Unidos, desaparecidos los grandes santones de la pintura que impusieron el expresionismo abstracto, se abre paso el arte multivariado, imaginativo y creativo de las culturas latinas, mezcladas y agitadas en la coctelera que son los Estados Unidos. En Europa, salvo honrosas excepciones, desconocemos ese arte latino. Incluso en España.
Y sin embargo el futuro está de parte de pintores como Carlos Luna y cuantos por allí pelean por imponer sus visiones del mundo y del arte. Carlos Luna evoca con insistencia el tiempo desaparecido de sus abuelas, mujeres fuertes que, en la Cuba anterior a Castro, organizaban las casas y condominios con sabiduría y autoridad. En ellas los niños encontraban el orden protector y el afecto que necesitaban. Tal vez era la pervivencia de la herencia española. Carlos Luna por eso añora ahora ser abuelo para actuar como se comportaron con él sus abuelas que vivían entre la santería cubana y la cristiana. Sabidurías y creencias interrelacionadas que garantizaban la estabilidad del universo infantil.
El último sábado 25, del mes de febrero, del año 2023, el día había amanecido radiante. El brillo del sol anunciaba un calor imprevisto para esta época del año. Pero al final se impuso la razón meteorológica. Aparecieron las nubes, arreció una brisa fría que recordaba con insistencia el mes en el que estamos, aunque a mediodía el frio cediera algo. Carlos Luna y Claudia, tras cumplir el sueño de contemplar el cuadro del Greco, se sumergieron en la abigarrada simbología de las Sinagogas. Primero, la de Samuel Leví, insólita en sus yeserías, después la joya coqueta de Santa María la Blanca, blanca y dorada como el sueño de cualquiera que confía en un mundo nuevo. Por un día Carlos Luna, pintor y escultor, afincado en Miami, y su esposa, Claudia Catalina Luna, escritora y con nombres sonoros del Méjico desproporcionado, sintieron en su piel las sensaciones de un mundo antiguo que, en ocasiones, no se puede percibir por la saturación de los grupos de turistas. Y no existe mayor enemigo del arte y de la historia de un lugar que el ruido masivo de los turistas ocupando los lugares hasta saturarlos. En esta ocasión Carlos Luna y Claudia, llegados a Toledo desde Miami, pudieron percibir, sin demasiados impedimentos, el sabor nostálgico de los tiempos pasados.