Cuando el día 28 de febrero del año 2023, el presidente de Castilla-La Mancha, D. Emiliano García-Page, inauguraba, en la antigua sacristía del edificio de Santa Fe, las obras expuestas –esculturas y dibujos– del escultor toledano Alberto Sánchez me pareció escuchar, ecos de una imaginación descontrolada, un enorme vozarrón descomunal y telúrico que procedía del barrio de la Antequeruela. Tal vez era su voz agrietada y desenfadada, con la que desafinaba cantando en las reuniones de los amigos. Tal vez. En esta inauguración del reencuentro había mucha gente, la consejera de Educación, Cultura y Deporte; la viceconsejera de Cultura; el Sr. Roberto Polo, en representación de CORPO; Antonio F. Dávila, director del museo de Santa Cruz a quien pertenecen las obras de Alberto Sánchez, y la alcaldesa de Toledo, Dña. Milagros Tolón.
La antigua sacristía, abandonada y asediada por las humedades (había que haberla visto en su momento), ahora se ha convertido en espacio-joya por la intervención de los profesores de la Escuela de Arquitectura, D. Javier Vellés, D. José Ramón de la Cal. Y por las intuiciones y sensibilidad de Rafael Sierra y el equipo que trabaja con él. Desde este momento (y esperemos que ya para la eternidad) se pueden contemplar y sentir los dibujos de Alberto, las esculturas de Alberto, las portadas de libros de Alberto y, una pieza casi única, una reproducción del cartel que el diseñador Jean Carlu realizó para anunciar la Exposición Internacional de París del año 1937. En el pabellón de España, a la entrada del edificio casi improvisado de la Segunda República, como un manifiesto de esperanza, la obra de Alberto Sánchez gritaba “el pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella.” Dentro, contradiciendo el optimismo innato de Alberto, Picasso había pintado para la historia de la humanidad el horror devastador del bombardeo nazi de Guernica.
Toda la gente presente, incluso la ausente, cada uno a su manera, cada uno con sus aportaciones, cada uno en su equilibrada o desequilibrada proporción, más a quienes no citamos, albañiles, carpinteros, pintores y tantos otros, todos repito, han contribuido a que el triunfo de Alberto Sánchez empiece a ser realidad. La última exposición de Alberto ocurrió en octubre del año 2001 y hasta este 2023 estuvo ausente de la ciudad. Ahora en un espacio habilitado para ello, se muestra la parte de su obra que la familia dejó a la ciudad de Toledo. Y así, quienes se acerquen a este espacio arrancado al olvido y al deterioro, podrán analizar los dibujos de Alberto o emocionarse con las imágenes cercanas que Alberto convertía en obras tan improbables que retan a la imaginación más alucinada. Los espectadores anónimos entenderán o no la obra de Alberto Sánchez, pero sus sensaciones contradictorias estarán siendo posibles a pesar de los personalismos de unos, las vanidades de otros, las intrigas de los cercanos y el silencio prolongado de la mayoría de los toledanos. El espectador, ajeno a las cuitas locales, participará en las obras de Alberto Sánchez que siempre serán de propiedad pública, sin importarle quienes, cómo, de qué manera o con qué instrumentos se realizado la exposición. Mientras, los habitantes de Toledo tendrán que preguntarse por qué el ruido de ahora fue mutismo rocoso durante los últimos 22 años. Tal vez fuera por desidia compartida, por despreocupación por la cultura o porque preferían disponer de una leyenda sobre la que organizar narraciones diletantes antes que enfrentarse a una obra que, tal vez, no entiendan. En contra de su carácter y de su talante apacible parece que el destino de Alberto Sánchez, como una maldición aciaga, está llamado a desenvolverse entre la división ciudadana o la incomprensión más malévola.