Pues a mí me parece que este es momento de conocer su obra, indagar en la época en la que vivió, intuir al hombre, sentir sus inquietudes. Una vez liberado Alberto Sánchez y su obra de la ausencia en la que se encontraba, es hora de aproximarse a su herencia, disfrutar la poética de su escultura y la sutileza de sus dibujos. Sin embargo, se habla más del sitio que de la obra. Más de asuntos pendientes que de su trayectoria artística o vital. Hablar de otras cosas cuando se descubre su obra, se me antoja algo así como ningunear al autor, ignorar sus esculturas, despreciar sus dibujos, traicionar su trayectoria vital.
Pocos sabrán del antiguo museo de la “Casa de las Cadenas” que se evoca con nostalgia romántica. El lugar, a pesar de su ubicación y de la sonoridad de su nombre, era una solución transitoria para un proyecto que no se sabía cómo se debía desarrollar. Si no se hubiera clausurado el museo, por razones que nadie motivó y a nadie preocuparon, hoy se debatiría de lo inadecuado del espacio, de la falta de condiciones para un museo moderno y de las dificultades estructurales para el desplazamiento del visitante. Pero, cómo nada es tan sugestivo como el instante presente, se prefiere orientar la atención hacía otros asuntos, ciertamente pendientes, antes que enfrentarse a la comprensión de la patriótica creación de Alberto.
A Alberto Sánchez le tocaron vivir tiempos de miseria y pobreza. Aprendió a leer casi superada la juventud. Lo cual condicionaría su discurso narrativo, a pesar de su imaginación ilimitada y sus dotes para la poesía. Sólo hay que analizar las formas de sus obras y sus títulos. Que, en medio de una guerra atroz, muestre una escultura que grita al mundo la existencia de un camino que conduce al pueblo español a las estrellas es apenas un dato de la audacia de su lenguaje poético y del lirismo de su obra. Que, como consecuencia de la miseria secular de la época, colaborara en la conversión de la sociedad española en una sociedad más justa, más desarrollada, menos mezquina, sirve para comprender el contexto de la tragedia de su vida. Porque Alberto Sánchez, no nos engañemos, tuvo una vida frustrada.
Alberto descubre pronto que no hay que inventar nada, que todo existe en la Naturaleza. Y que el arte consiste en observar y representar esa Naturaleza con los idiomas de la imaginación y la magia. ¿Qué otra cosa hicieron quienes siglos atrás realizaron lo que se llama arte primitivo? Las mujeres que esculpe son las mujeres que veía en las calles de Toledo o en los descampados de Vallecas, envueltas en sayales oscuros y velos en la cabeza que diluían sus cuerpos y ocultaban sus rostros. A potenciar la impresión de ser sólo sombras contribuían el hambre y los rigores de una vida llena de carencias que consumen caras y deforman contornos. Algunas de sus esculturas son únicamente testigos raidos de los tejidos con los que se cubrían. O, cuando más sensual se manifiesta, recurre a líneas en movimiento de mujeres o animales. Hay un toro en la exposición con un gesto reflejo, apenas esbozado, en el aire. En la mujer con estrella, el vacío ocupa casi tanto como los rasgos de una anatomía sugerida. En cuanto a los dibujos, sus bailarines se mueven en una espiritualidad casi sufí al ritmo de danzas imaginarias. Unos perros aúllan a la luna o al sol, tanto da. A la luna, porque les reduce a sombras fantasmales, al sol porque les tortura con sus rayos feroces. Este es el momento de comprender las obras expuestas para que Alberto Sánchez deje de ser un estereotipo que se invoca, pero se desconoce.