El futuro de las ciudades no va de ladrillos, sino de conseguir que las ciudades ya existentes resulten habitables, sostenibles, saludables. Se trata de transformar edificios antiguos en unidades habitables de eficiencia energética medible, de mayores puntos verdes y de frescor. Este texto se escribe en la primavera del año 2023 que se asemeja a un verano de años anteriores en el que los medios de comunicación constatan dos hechos, al parecer, irreversibles: la subida imparable de las temperaturas y la inexistencia de agua. No llueve, al menos por el Centro de la Península, desde hace mucho tiempo y nada indica que vaya a cambiar. En todo caso se producirán tormentas destructivas.
Escribo este texto cuando nos acercamos a unas elecciones locales y regionales. Los resultados afectarán a Toledo, que deberá acometer un Plan de Ordenación Urbana del que carece. Y, cómo no, también escribo este texto en el siglo XXI, que en sus primeros años ha cambiado radicalmente nuestras percepciones urbanísticas, heredadas del siglo XX. Estamos ante una época nueva, unas condiciones climatológicas nuevas, un mundo antiguo que hay que superar y la necesidad de ordenar las ciudades bajo innovadores paradigmas de urbanismo sostenible.
Escribo a escasos días de elegir alcaldes y concejales que tendrán que afrontar un nuevo "urbanismo ético" y verde que olvide los planes del XX como paquidermos momificados de un tiempo superado. Y de eso es de lo que tienen que hablar los candidatos. No sirven las declaraciones de buenos propósitos o anuncios de iniciativas solemnes o pretendidamente originales. Nada de cartas a los reyes magos o manifestaciones de deseos infantiles. Deben contar a los ciudadanos qué clase de urbanismo promoverán para adaptar los barrios y la ciudad a las exigencias de temperaturas cada vez más elevadas. El escenario que se perfila va a condicionar la salud de sus habitantes, la actividad lúdica y ciudadana, los sistemas productivos en los que se asienta la ciudad. ¿Qué pasará con el turismo cuando durante varios meses no bajemos de los cuarenta grados y las noches se mantengan insoportablemente tórridas?
Los barrios que se levantaron en Toledo hace años se construyeron con los objetivos de escasa calidad y máximo beneficio. Es decir una especulación inmobiliaria desaforada y el pelotazo urbanístico como norma. Por eso la tentación puede ser que el futuro Plan de Urbanismo se redacte aún con esos principios en los que el ladrillo, el máximo aprovechamiento del suelo, incluso el despilfarro de otros suelos, sigan vigentes. Pero el futuro urbanístico no va de ladrillos, sino de cómo rehabilitar barrios y edificios para hacerlos energéticamente sostenibles. Cómo cambiar las infraestructuras urbanas para atenuar el acopio de calor del asfalto y transformar sus calles en paseos accesibles. Es necesario crear mayas y cinturones verdes, cuantos más, mejor, que protejan las ciudades y sus entornos. Los candidatos deberían explicar a los ciudadanos cuáles son sus propuestas para un presente que tiene que transformar lo hecho en el pasado. Deben concretar cómo se financiarán los proyectos y propuestas urbanísticas. Porque o se habla de dinero, de inversiones necesarias y de donde se obtienen esos capitales, o estarán disertando sobre humo y nada. El modelo de "urbanismo ético" requiere inversión de capital, con un beneficio más restringido que el tradicional de la construcción.
Los candidatos deben comprometerse con los ciudadanos por una ciudad amable para sus habitantes y visitantes. Los barrios deben resultar lugares de encuentro y de comercio de proximidad y no calles desiertas; las casas habitables y no hornos de calor y cuevas en la que refugiarse bajo el abuso desproporcionado del aire acondicionado. Nuevos planteamientos de ciudad en tiempos de cambio climatológico, escasez de agua e incendios fáciles y voraces.