Los ciudadanos han votado como una marea articulada. La marea, esta marea reciente se lleva por delante gestiones municipales brillantes, actuaciones trasformadoras, proyectos de futuro. Las mareas son inertes, indiferentes, en este caso, además, ultraconservadoras. No distinguen entre inocentes o culpables, buenos o malos gestores, ámbitos municipales o autonómicos. Solo rompen por el empuje de sus movimientos y, sí son muy fuertes como la actual, hasta engullen proyectos políticos. Léase, Ciudadanos, Podemos. En este caso la marea de la derecha conservadora se une a la derecha fascista para derogar las políticas públicas de gobiernos de izquierdas, según anuncian. Pero nada es nuevo bajo el sol. ¿Cómo no comparar los efectos de esta marea con aquella otra que ya vivimos en el año 1995? La de entonces, como esta, se llevó por delante gestiones espectaculares, alcaldes que habían trabajado sin descanso por su ciudad, presidentes ilusionados con la gestión pública. Solo que sin un partido ultra como apoyatura.
Según escribo este texto, un nuevo acontecimiento tuerce el giro del artículo. El Presidente del Gobierno, Sr. Pedro Sánchez, anuncia elecciones para el mes de Julio. En pleno éxito del PP, en el triunfo al que todo votante del PP o de Vox aspira, que es a desalojar a Sánchez de la Moncloa, el propio Sánchez se lo ofrece en bandeja. ¿Es lo que parece o es otra cosa? Ya verán cómo la derecha descalifica la operación. Dirán que es una maniobra de Sánchez para mantenerse en el poder. Pero sí no hubiera convocado elecciones le reprocharían su apego a abandonar la Moncloa. Discursos de la oposición.
La verdad es que estas elecciones han enseñado la faz más compleja de una España de estructura federal. Tanto que resulta muy difícil dónde mirar, si, además de odiar a Sánchez, interesa el futuro de España. En el País Vasco hay conmoción por los resultados de Bildu; en Cataluña todos se miran pero son como sombras en un contraluz inesperado; en Valencia las mareas de las derechas han socavado los logros de la izquierda sin evocar las andanzas corruptas aún recientes de la formación; en Madrid triunfa el neoliberalismo anarquista. Sálvese quien pueda, páguese la sanidad o la educación privadas quienes tengan recursos, no quieren impuestos, vivan los ricos. Y en Andalucía desecarán Doñana, porque el cambio climático es un invento de la izquierda radical y woke.
¿Qué posibilidades de gobernar tenía este Gobierno en las nuevas condiciones? Lo más democrático es lo que he hecho el Sr. Sánchez: convocar elecciones. Y poner frente al espejo a los jubilados, cuyas pensiones se revalorizan con el índice de precios al consumo; a los trabajadores que antes eran precarios y ahora disponen de contrato fijo; a los que han cruzado la barrera de los mil euros por la subida del salario base; a quienes les han regulado derechos que antes reclamaban y nadie atendía. Coloca frente a su misma responsabilidad a los partidos políticos que, durante los últimos meses, han soplado para engordar estas mareas. Solo quedaba una opción democrática y, reconozcámoslo, habilidosa: convocar elecciones. Resulta que Sánchez se comporta con actitudes más democráticas que antiguos presidentes de España. Renuncia a ganar tiempo, rehúye resistencias agotadoras. No intenta engañar a la opinión pública con falsos terroristas, ni se ha escondido en un bar a tomar copas, cuando estaba en juego en el Parlamento de la Nación una moción de censura por corrupción del PP. Qué hablen otra vez los ciudadanos. ¿No consiste en eso la democracia en la que alguno de los partidos, que forman parte de esta marea ultraconservadora, no creen en absoluto?