En un tiempo ya lejano de la Historia de España, los españoles tuvieron que elegir entre la continuación de la dictadura o la democracia, que se llamaba liberal. Hubo dudas, presiones, miedo a lo desconocido, pero la mayoría de los españoles optaron por la democracia. Ante ellos se abría el futuro, el progreso, la integración en Europa, la conquista de derechos y libertades, la modernidad frente al atraso. La elección de los españoles – la denominada Transición que algunos, años después, cuestionan – se siguió en el mundo como un proceso que en pocos otros países se ha repetido. Se superaba de manera acelerada una dictadura, producto de un golpe de Estado militar, se aprobaba una Constitución de las más avanzadas y comenzaba otra historia en nada parecida a la de siglos anteriores.
Las fuerzas del régimen querían conservar lo que tenían y conocían. Eran profundamente reaccionarios. La mayoría de los españoles se alineó con la modernidad, con los derechos y deberes de la Constitución, que garantizaba elecciones periódicas limpias, estabilidad económica, progreso social. El día 23 de julio de 2023 los ciudadanos españoles han sido convocados a elegir nuevamente entre el progreso o la vuelta a los aciagos años conservadores. Al ciudadano se le estimula por diferentes intereses –parecidos a los de antes– y con múltiples tácticas, a apoyar el negacionismo climático, el oscurantismo cultural, las desigualdades más groseras, la supresión de los derechos de otros. La derecha española se ha emparentado con la derecha de Trump y sus usos políticos. Todo vale. La confusión absoluta, la negación de la realidad, las falsedades defendidas como certezas, la mentira presentada como inocua, la legitimidad de los resultados electorales, si no les favorece a ellos. Como ha escrito Antonio Muñoz Molina, en un diario nacional, vivimos en “la era de la vileza.” Para llegar a un estado de confusión extrema se precisa de mucho ruido y muy potente. Así se desorienta a la gente. El franquismo logró que la sociedad se escondiera tras la apatía política o el individualismo cínico. La derecha actual copia el modelo. Feijoó no presenta ni una sola medida programática. Si gobernara los españoles le habrían autorizado para hacer lo que le venga en gana. ¿Quieren ahora los españoles recuperar una forma de gobierno que ya rechazaron?
La política se ha convertido en uno más de los espectáculos morbosos que abundan en las televisiones. Palabras gruesas, descalificaciones rotundas, enfrentamientos burdos. La política ya forma parte del “show business”. Se inventan bulos, rumores falsos, informaciones como panfletos, predicadores en los medios de comunicación que crean, con sus homilías diarias, un estado de frustración y catástrofe que no permiten discernir entre lo que conviene al país y lo que importa a unos pocos. Se emplean consignas banalizadas sobre el terrorismo que padeció España, con menosprecio de la crueldad que encierra para la sociedad y las victimas. Se ignora la historia y se acusa al partido que firmó el final de ETA de ser amigo de aquellos terroristas. Traidor, llamaron al Sr. Zapatero. Traidor, acusan al Sr. Sánchez, que ha neutralizado la presión catalana que la derecha había exacerbado con sus políticas ciegas. Ni la razón, ni los programas electorales, ni la gestión del gobierno, ni las trayectorias de los partidos políticos, ni las alternativas de la oposición interesan. El momento es muy, muy grave. Los ciudadanos españoles, en un magma de confusión y hastío provocados, tienen que elegir entre el pasado que propone la derecha o el progreso que defiende la izquierda. Aunque, por encima del barrizal, hay que creer, parafraseando a nuestro Alberto Sánchez, que el pueblo español tiene una estrella que se orienta hacia el futuro.