Tal vez se ignora o se ha olvidado, pero la propuesta de amnistía del gobierno de Sánchez trae ecos de los primeros años de la Transición. De aquellos meses inciertos en los se trataba de pasar con dignidad y renuncias de una dictadura a una democracia. Cuando hubo que forjar una Constitución que garantizara la convivencia de los ciudadanos y en todos sus territorios. La izquierda se proponía avanzar y la derecha se resistía con sus tradicionales seguidores: los jueces, los empresarios, los obispos, la policía, los guardias civiles, los militares y gentes apegadas a una dictadura inviable. El trabajo fue de renuncia, de abandonar posiciones maximalistas (el Partido Comunista de España apoyaría a la monarquía y el Partido Socialista abandonaría el marxismo), de evitar contemplar el pasado como algo irresoluble, de olvidar declaraciones y posiciones anteriores. Se iniciaba un tiempo nuevo y se imponía remover cuantos obstáculos surgieran para redactar una Constitución con vocación de permanencia, que pasajeras ya abundaban en la densa Historia de España. Han transcurrido los años, la democracia ha sobrevivido a golpes de Estado, (no olvidar en este punto los indultos a los frustrados golpistas, uno a uno para que no fueran masivos, prohibidos por la Constitución), con terrorismo de bombas y crímenes, con crisis económicas demoledoras, epidemias y guerras en países cercanos. Sobre esos sucesos y contra ellos se impuso una democracia, conseguida entre resistencias y renuncias.
Tras años y errores, de aquí y de allá, se produjo un nuevo conflicto territorial en Cataluña. Se aplicó el artículo 155 de la Constitución. Lo hizo el PP con el apoyo del PSOE. Pero desde el año 2017 el conflicto está sin resolver. Aún quedan jirones de aquellos días que envenenaron la convivencia de Cataluña y España. Se puede actuar o dejar que el conflicto se pudra entre proclamas nacionalistas de uno o de otro signo. De nuevo, como en los momentos más arriesgados de la Transición, se apuesta por la convivencia. Como entonces, cualquier propuesta encontrará las resistencias de quienes, entonces como ahora, se oponían a la Constitución. Los que no entendían entonces, no quieren entender ahora, que los conflictos territoriales o se superan con renuncias, acuerdos y pactos o no se solucionan.
La derecha española ha cambiado tan poco desde entonces que, si en aquellos momentos se hablaba de la ruptura de España, ahora se repite idéntico mensaje. España se quiebra, se repite machaconamente. Con la frivolidad de la ignorancia o para engañar a los ciudadanos se habla de golpe de Estado, porque se pretende acabar con los conflictos en Cataluña. La fórmula buscada es la amnistía, que no está incluida en la Constitución y que debe ser legislada por el Parlamento de la Nación. ¿Puede existir algo superior al acuerdo y el pacto, elaborados en el Parlamento por los representantes de los ciudadanos? En los años de la Transición estaban en juego los gobiernos de la democracia. Para ellos se pedía si rubor el apoyo de partidos nacionalistas. Sin ellos, probablemente, la Constitución que en estos días evocaremos, no habría prosperado. El nuevo gobierno se ha propuesto superar los conflictos de Cataluña y lo hace de la única manera posible: con el acuerdo de los partidos representados en el Parlamento. Digan lo que digan algunos, se opongan fieramente o con movilizaciones en la calle, en semejantes condiciones hubieran actuado igual que lo está haciendo el presidente Sr. Sánchez. Y es que la Constitución, en su silencio normativo y en su espíritu constructivo, nos enseña que, para garantizar la convivencia entre los territorios de España y sus ciudadanos, los pactos y los acuerdos son el único camino para superar conflictos enconados de la Historia de España.