Comienza una nueva legislatura con mayor crispación que la anterior. Y si en aquella resultó dura imaginen lo que serán los próximos años. El Sr. Feijóo anuncia y repite que hará una oposición sin concesiones, feroz, salvaje, como es costumbre en la derecha española desde los tiempos de Aznar. En aquellos años, ni en combatir al terrorismo de ETA colaboró el PP con el gobierno de la nación. El tiempo de los pactos de Estado se había terminado con la extinción de UCD y la desaparición del “traidor” Suárez. En esa estela cualquier cosa, gesto, declaración, anteproyecto de ley, viajes internacionales o nacionales, todo será replicado con furia. El objetivo será la inhabilitación absoluta del presidente del Gobierno a través del hartazgo de los ciudadanos. Hasta que, agotados, piensen que nada pueden perder apostando por otro presidente. Sin embargo, existe la experiencia que sostiene que siempre es posible ir a peor. Y cuando queramos darnos cuenta de lo que se hizo, ya será tarde. En el camino habrán quedado jirones de las instituciones, desmontaje de los servicios públicos, quiebra de la coherencia social, dificultades de la convivencia ciudadana. Seremos una sociedad menos solidaria, más egoísta, más decadente.
Crispar y polarizar es un modo de entender la oposición. Cuanto peor, mejor, sería el lema. Para la crispación todo vale, incluso designar como causante de la crispación al objetivo de ella. El gobierno y su presidente son los artífices de la crispación. Si no estuvieran en el gobierno la crispación no haría falta. Se reproduce el “Váyase Sr. Sánchez,” como en los tiempos remotos del Sr. Aznar se dijo “Váyase, Sr. González.” Aunque en la presente legislatura se han incorporado algunas novedades: el frente judicial se ha incorporado al combate y se promueve la agitación en la calle, como una kale borroka nacionalpopulista.
En el proceso de crispación cuanto más grueso sea el discurso o más bárbaro el insulto nos hará insensibles como piedras. Si alguien dice que el Sr. Sánchez ha implantado una dictadura en España, quienes no hayan vivido en la dictadura de Franco o desconozcan cómo se comportan las dictaduras reales creerán que si la dictadura atribuida es como las de Sánchez no existirá ningún problema para cambiarla por una dictadura real. Ignoran que en una dictadura, como la que hubo en España o existe en países como Rusia o Irán, la Sra. Ayuso no podría decir los disparates que dice. En los diarios no se podrían escribir las cosas que se escriben. En las emisoras de radios, quienes utilizan sus púlpitos para insultar al presidente del gobierno, serían silenciados y las emisoras clausuradas. Lo mismo sucedería en las televisiones. Cualquiera puede pensar que si la dictadura es como la de Pedro Sánchez, ¡viva la dictadura! Se despoja a la palabra “dictadura” del contenido de violencia y lleva incorporados históricamente. Se confunde a la sociedad para que no sepa discernir entre dictadura y democracia.
Un anteproyecto de ley sobre amnistía ha entrado en el Congreso de los Diputados. Eso implica que se convertirá en proyecto de ley cuando los representantes electos de los españoles lo aprueben. Es a los legisladores a quienes corresponde hacer las leyes, no a otros. Y como a la derecha española no le gusta la iniciativa, ha decidido cambiar por la vía rápida un artículo del Reglamento del Senado para obstaculizar el proyecto que provenga del Congreso de los Diputados. El silencio público sobre esa medida oportunista y autoritaria ha sido rotundo. O se presenta como un acto de “filibusterismo parlamentario.” Y sin embargo es lo más parecido a lo que suelen hacer las dictaduras: cambiar las normas para adaptarlas a sus exigencias momentáneas. Tal vez sea el ensayo de lo que pudieran hacer en el futuro.