El año 2023 España ha dirigido la Unión Europea. Durante el segundo semestre, España ha sido capaz de regir con éxito a un conjunto de países en el que otras presidencias se habían perdido. Sin embargo, un silencio mezquino se ha extendido sobre el acontecimiento y los actos que ha generado. ¡Qué nadie se entere, que pase desapercibido porque quien la protagonizaba era el presidente Sánchez y un gobierno de izquierdas! Nada de orgullo nacional, nada de contar lo que se ha conseguido, nada de patriotismo hispano. El patriotismo y el orgullo patrio son productos que administra la derecha, como la bandera o la Justicia. Y a ellos les corresponde establecer lo que puede ser considerado patriótico y, desde luego, el presidente actual no lo es.
En paralelo al ominoso silencio del pudridero interior, desde fuera de España han llegado informaciones de una presidencia brillante y eficaz por los logros obtenidos. Entre otros, unas reglas de gasto que en el futuro no podrán optar, en caso de nuevas crisis económicas, por una reducción de gastos que ahoguen a los países miembros, como sucediera en el año 2008. Por España han pasado primeros ministros y jefes de Estado de la Unión Europea. Se pretendía que la presidencia se entendiera como un gran mostrador de marketing sobre la nación. Se pretendía, además, acercar a los representantes políticos a España y vincular más a España con la Unión Europea. Si no se han obtenido más réditos ha sido por el silencio miserable que se ha impuesto. Los medios de comunicación locales carecen de fuerza para resaltar a nivel nacional su visión de reuniones tan importantes y en Madrid solo están interesados en los zumbidos del PP y en la contemplación del propio ombligo.
Veintiuna reuniones se han dispersado por la geografía peninsular. Ha sido una presidencia que, además de digna, ha resuelto problemas de gran trascendencia para el futuro de la Unión. Y lo ha sido posible por el buen hacer de los técnicos españoles, el tesón de los ministros y el empeño del presidente del gobierno, Sr Sánchez, de remar contra los conflictos internos de la Unión Europea y contra los conflictos domésticos. Una vez más, ante la posibilidad de lucimiento más allá de nuestras fronteras, se ha elegido minimizar nuestro papel en Europa. Con el Gran Capitán y los Tercios de Flandes tenemos bastante. A nadie le han interesado los triunfos de España en Bruselas, como sí la Unión fuera un estorbo molesto o un abuelo regañón al que la derecha recurre para ocultar el oprobio de un Consejo General del Poder Judicial sin renovar. Que por ese recurso infantil a la Unión Europea rocemos el ridículo importa menos que encontrar la que será la penúltima excusa que la derecha esgrima para no renovar a unos nuevos consejeros que ellos eligieron con su particular norma "ad hoc" del gobierno del Sr. Rajoy. La independencia del poder judicial depende de sí los nombramientos los hace la derecha o los pretende hacer la izquierda, aunque la izquierda utilice leyes hechas por la derecha, como es el caso.
España ha sido eficaz y eficiente, dirigiendo durante seis meses los asuntos de la Unión. Se han aprobado acuerdos importantes que comprometerán los siguientes años de la Unión, como la ley de Restauración de la Naturaleza, una legislación pionera sobre Inteligencia Artificial o un pacto migratorio que comprometa por igual a todos los miembros de la Unión. En junio tendremos la oportunidad de reafirmar el europeísmo español, a pesar de que hay quien se obstine en convertir cada elección en un instrumento para medir la cantidad de barro que se puede lanzar al adversario.