El Senado español, a semejanza del Senado republicano estadounidense, se está convirtiendo en el centro referencial de todos los aquelarres políticos. Por un destino feroz (no digo desatino) los ciudadanos españoles votaron un Senado con mayoría absoluta del PP y un Congreso de los Diputados en el que ya no caben más grupos políticos. Un Congreso atomizado, en el que los acuerdos de gobierno o legislativos resultan una obra continuada de artesanía democrática. Esta división de las Cámaras está posibilitando que el Senado sea el castillo del PP y se denominen a sí mismos la "esencia de España". ¡Qué manías tienen las derechas con las esencias! Mientras, en el Congreso quienes mandan son los enemigos de España. ¡Qué manía tienen las derechas en convertir en enemigo a quienes no piensan como ellos!
Admitirán que estamos ante una España en la que el surrealismo (versión fake del anarquismo hispano o del libertarismo neoliberal) se impone como en las novelas de García Márquez, o en la obra de César Aira. En lugares así todo es posible y nada entendible ni explicable, salvo sí se recurre al Olimpo, donde Zeus, en su versión griega, o Júpiter, en la acepción latina, se entretienen jugueteando con los destinos de las naciones y las vidas de sus habitantes. Por esos juegos entre dioses, España, en los años de la dictadura, se proclamó reserva espiritual de Occidente. Qué existan tantos parecidos entre la derecha de la dictadura y la derecha de la democracia debería considerarse otra broma de unos dioses traviesos, sí no fuera porque va en serio.
El penúltimo aquelarre lo organizó el PP en el Senado con la presencia de un presidente independentista (criminales los llamó la presidenta de Madrid), seis presidentes defensores de las raíces de la raza y la ausencia del Gobierno y los presidentes de las territorios socialistas. El ritual comenzó con el discurso del Sr. Aragonés, tratando de convencer a los presentes de lo inevitable del referéndum de independencia. Discurso que alabó con entusiasmo el PP. Y es que nada estimula más el "ego partidario" de la derecha que desgastar a Sánchez. ¿Le inquieta al PP lo que diga un presidente al que llama criminal? Pues no, lo que les interesa es el Gobierno de la nación, fuente de todo poder. Luego, ya se verá. El último presidente de Cataluña, en tiempos del Sr. Rajoy, huyó a Bélgica y tiene en jaque a la judicatura hispana. Esto sí que debiera ser inquietante. España, un país que se reclama europeo, con su sistema de justicia cuestionado en mitad de Europa y maniatado para realizar la mínima gestión que no sea la de la delincuencia.
Pero el surrealismo de España se manifiesta también en que, quienes se oponen a la amnistía, no explican que harían ellos en un nuevo supuesto como el que ocurrió en tiempos del Sr. Rajoy. Su posición se sitúa en el "no es no", sin que se esboce una mínima salida a cualquier conflicto territorial futuro o a uno como el ya citado. ¿Llevarían a la cárcel a los condenados? ¿Se acabarían los conflictos territoriales con medidas represivas o se radicalizarían? Quienes se oponen a la amnistía deberían decir algo más que no sean consignas demagógicas, sino propuestas reales de gobernanza del país. Y es que resulta fácil decir No, pero no tanto construir. Organizar un país que se dedique a mejorar la vida de sus ciudadanos y consolidar la democracia, cuando está siendo amenazada. ¿Cómo lograrían reconducir un conflicto que, en parte provocaron, y que va ya para ocho años? Sus propuestas, claras y sin tapujos, sacarían a los ciudadanos de este permanente surrealismo demagógico en el que nos proponen, y consumimos con glotonería mediática, discursos vacíos de contenidos. Solo palabras… palabras… y más palabras.