Vivimos tiempos excepcionales. Millones de personas no saben nada del fascismo que en el siglo XX asoló Europa. Los alemanes, y también los austriacos, ante el hundimiento de la Republica de Weimar, se preguntaron, como ahora se preguntan muchos, ¿por qué no probar? Y probaron. El fascismo se impuso e impuso sus leyes, sus visiones autocráticas, la recuperación de raíces imaginarias y tradiciones rancias, el odio al extranjero, la supremacía de una raza, la eliminación del diferente, el encarcelamiento del disidente, la supresión del voto, la guerra total como forma de vida. Toda Europa, y parte del mundo, conocieron los riesgos de relacionarse con el Infierno. Toda Europa sufrió las consecuencias de probar lo que no se había probado antes. Tras la hecatombe, la consecuencia consistió en intentar olvidar aquel mayúsculo error. La prueba había salido muy cara en vidas y en destrucción. Pero eso, al parecer, se ha olvidado en Europa.
España, en aquellos años, se convirtió en el laboratorio de pruebas del fascismo. La Republica fue derribada por un golpe de Estado militar. Se produjo la guerra civil, los sufrimientos sin límites, la muerte al acecho, la miseria, el hambre, los diferentes exilios, la dictadura. También en España se supo lo que era el fascismo. Y como era el primer lugar donde se ensayaba, se convirtió en un país donde gentes de buena voluntad de algunas partes del mundo se alistaron en la lucha contra el fascismo que en España probaba sus efectos letales. Varias generaciones se embarcaron en este proyecto romántico. Pero, esto, también parece olvidado en España, aunque aún estemos pendiente de saber la profundidad de los desastres de aquellos años negros de guerra y represiones.
En Argentina se han planteado la misma pregunta, ¿por qué no probar? Y muchos ya están empezado a pensar que mejor hubiera sido no intentarlo. Aliarse con el diablo supone aceptar su colección de horrores. La Sra. Ayuso, contra el gobierno y contra España, ha traído al Sr Milei a Madrid para imponerle una medalla, a su juicio merecida. El Sr. Milei es un trasunto de Trump, o de Bolsonaro, que ha atentado en España con sus discursos contra la Constitución española, que en su artículo 1 se describe "como un Estado social y democrático de derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político". La medalla se la han entregado en Madrid tras haber dicho el Sr. Milei en España que "la justicia social es aberrante", que rechaza cualquier tipo de educación y sanidad públicas, que solo el mercado o el individuo deben decidir quién puede o no tener acceso a la educación o a la salud. Este discurso que a la Sra. Ayuso le parece "aire fresco" se ha escuchado en España con la aquiescencia del PP. Pero no solo ha ido contra la Constitución española, sino que también ha agredido a las leyes, hechas por el propio PP, que establece las reglas de la relaciones exteriores del Reino de España. ¿Se imaginan el griterío, sí algo semejante hubiera ocurrido, no en Madrid, sino en el País Vasco o en Cataluña?
Quienes desde distintas posiciones blanquean a Vox, suelen decir que el fascismo de ahora no es como el antes. ¿Cómo lo saben? Algunos han llegado a decir que la Sra. Meloni es de fiar, que el Sr. Abascal resolvería, con la Sra. Le Pen, los problemas que tiene con España. ¿Dejaría circular libremente los productos agrarios españoles o cerraría las fronteras francesas a cal y canto? ¿Torpedearía el desarrollo energético español? Mejor les iría a los españoles sin querer probar un fascismo que en la memoria cercana de los supervivientes y allegados permanece aún como una llaga sin cerrar.