Desde el debate de Atlanta, que nos contaron profusamente, entre el Sr. Biden y el Sr. Trump, la angustia nos ha perseguido como una sombra viscosa y amenazante. La mera posibilidad del triunfo de Trump por la incapacidad del oponente demócrata nos rompía la cabeza. Que haya millones de personas que confían en él y le voten es tan estremecedor como para recelar de la gente. Sabemos que en diferentes periodos la humanidad se ha acercado al infierno para recordar y repetir los errores que se han ido acumulando a lo largo de la Historia. También sabemos que, a quiénes no le repugne el fascismo, les puede parecer todo lo que se cuenta una hipérbole descoyuntada. Será, o porque no han estudiado lo suficiente, han leído poco de historia o ni siquiera se han acercado al museo caramelizado que en la actualidad es Auschwitz. Ahora, endulzado y desnaturalizado del horror real que allí se practicó, contemplarlo aún es lo más perecido a ingerir un trago de polvos matarratas. Nada de cuanto suceda en los Estados Unidos nos puede ser ajeno

La dupla Trump-Putin nos recuerda a aquella otra que formaron Hitler y Mussolini. Primero ensayaron en España nuevas formas de destrucción y después las aplicaron a toda Europa. Nadie de la época intuía las consecuencias de aquella relación fantoche. Sin reponerse aún de una guerra devastadora (la primera guerra mundial) y tras padecer la epidemia de gripe española, era inimaginable el horror que se desencadenaría con la invasión de Austria. ¿Quién podría imaginar entonces los desastres que vendrían?  La dimisión, forzada del Sr Biden, ha aportado un alivio esperanzado en medio de estas olas de calor del cambio climático en el que algunos no creen, entre ellos Trump. Un alivio que es más deseo que realidad. Pues los que le votarían antes siguen dispuestos a votarle ahora y nada ni nadie pueden asegurar en estos momentos que Trump no se asiente en la Casa Blanca. ¿Reaccionarán los norteamericanos como ha reaccionado los franceses? La Unión Europea se juega el futuro.

Uno de los hechos a resaltar de este proceso ha sido el papel desempeñado por el partido demócrata. Los partidos de Estados Unidos tienen poco que ver con la concepción de los partidos políticos de Europa, pero los intereses son los mismos: ganar elecciones. Biden lo ha expresado de manera más política, salvar la democracia. Los partidos políticos, a pesar de sus defectos, estructuran las democracias y las fortalecen. En casos concretos, como pasa con la derecha española actual, la debilitan. El modelo de partidos, es mejor que el modelo de organizaciones unipersonales con yuxtaposiciones de oportunistas para asaltar el poder. Los partidos establecen los contornos de la acción política, ofrecen propuestas programáticas, estructuran la convivencia colectiva. Y aunque en ocasiones se desvíen de sus objetivos fundacionales, los partidos, como proyectos de participación ciudadana, todavía sirven para defender a las mayorías. No así los liderazgos individuales que dan paso a autócratas, dictadores o caciques. Con la nueva propuesta, en este caso la Sra. Kamala Harris, parece haber cambiado la tendencia. Trump ya ha empezado los insultos. La ha llamado loca. Ha dicho que es una "persona horrible que va a destruir nuestro país si es elegida". Lo que hace unos años podía parecer un discurso machista provocador, ahora resulta rancio y casposo. La candidata es mujer, es progresista, es de color y es joven para atraer a esa parte de la población norteamericana que confía en la paz colectiva, en la convivencia interracial, en la diversidad del país y en la lucha contra el deterioro climático. Y nos gustaría pensar que pueda parar los destrozos de las guerras en Palestina y en Ucrania.