Cuentan que, tras las elecciones municipales del año 1931, que daban paso a la Segunda República, en Toledo se celebró cantando La Marsellesa una y otra vez acompañados por la banda de música de la Academia de Infantería. Los toledanos conocían La Marsellesa, la banda militar la interpretaba. A falta de himno propio, que no fuera la marcha real, los toledanos, y suponemos que los ciudadanos de otros lugares, se apropiaron del himno de Francia. Los españoles han mantenido históricamente una rara relación de rivalidad, de admiración y de envidia con el himno nacional del vecino. Tal vez porque es el que le hubiera gustado tener a varias generaciones de españoles. Un canto republicano y jacobino.

La Marsellesa no es un himno pacifico. Es más bien una incitación a la violencia y la crueldad contra, se supone, el invasor, aunque puede ser cualquier enemigo, incluido el interior. Se celebra la sangre que riega los surcos feraces de la patria francesa. Probablemente esa apelación a la violencia explícita es lo que atrae a los españoles. Aunque, después de la interpretación del himno en el café de Rick, en la película "Casablanca", también se convirtió en un himno de la resistencia contra el fascismo. La lucha contra el fascismo sería uno de los ingredientes principales de la Guerra Civil española que atraería a los espíritus románticos de medio mundo, las denominadas Brigadas Internacionales, una de cuyas fosas se busca en estos días en un paraje cercano a Madrid.

En la clausura de los recientes Juegos Olímpicos de París se interpretó una marsellesa melódica, casi sinfónica, enmascarada la violencia interna que contiene entre violines y metales triunfantes. Era lo requerido en estos Juegos en los que Francia ha apostado por representar la pluralidad y la diversidad de pueblos, razas y naciones, precisamente cuando el fascismo actual ha estado a punto de llegar al poder precisamente en Francia. París se desmarca de su propia crisis interna e invoca un espíritu de concordia que una a todos en un proyecto de convivencia universal. A ser posible con la colaboración imprescindible de Francia. Los franceses, siempre dispuestos a engordar su "chauvinismo" patriótico y cultural, no han tenido empacho en anunciar su liderazgo integrador.

Francia, desde los inicios del siglo XX, ha tenido una habilidad para incorporar a su patrimonio cultural a gentes procedentes de Europa, incluida España. El historiador Orlando Figues sitúa como protagonistas del comienzo de la identidad europea a la familia de los García, afincados en París: María Malebranche (María García) y Pauline Viardot (Paulina García). Los españoles, liberales y cultos, siempre encontraron una acogida discretamente amable en Francia, no tanto los republicanos que perdieron la guerra civil y fueron enviados a campos de concentración improvisados, incorporados al ejército francés o la resistencia en el combate contra el fascismo europeo. Al fin y al cabo, continuaban las batallas que habían librado en España. Muchos se quedaron en el intento, pero fueron españoles los primeros que entraron en agosto de 1944 en París al mando de Amado Granel. La hazaña de la liberación de la capital se la apropiaron los franceses y la introdujeron en su mitología heroica de la resistencia. En tiempos de la alcaldesa, de origen español, Anne Hidalgo, fue reconocida la proeza de los republicanos españoles. Seguro que entraron cantado La Marsellesa.