A cualquier persona educada en los valores tradicionales, la cultura actual le provoca una sensación de agobiante presión, un sentimiento intenso de estar bajo una dictadura cultural. No solo por la ocupación casi total del espacio en la política, los medios de comunicación, el cine, la música, las series o la literatura, sino por la práctica imposibilidad de discrepar. Si alguien no está de acuerdo con la cultura dominante, automáticamente es arrastrado al depósito de lo antisocial y excluido de la discusión pública con la etiqueta de ultra o x-fobo, que elimina cualquier respeto y atención a sus opiniones. Veamos tres ejemplos:
La familia. Si alguien piensa que el proceso saludable de una relación entre un hombre y una mujer es primero amar, después comprometerse públicamente, luego expresarlo con la sexualidad y finalmente engendrar y criar los hijos a los que amar juntos durante toda la vida, se convierte en ultra-conservador a los ojos del mundo. Porque para el pensamiento dominante primero viene la sexualidad, luego, en algún caso, el amor. El compromiso no viene nunca y los hijos los trae el deseo, no el amor, ni siquiera la sexualidad. El modelo “tradicional” es calificado de retrógrado.
La homosexualidad. Si alguien piensa que la homosexualidad no es algo bueno, automáticamente es catalogado de homófobo. Como si quien opina que fumar no es saludable fuera indefectiblemente fumadórfobo. Se puede estar en contra de una práctica sin odiar al practicante. No se admite en este caso. Ni siquiera el discrepante merece ser escuchado.
La vida. Si alguien cree que la vida es un don de Dios, lo que significa que los momentos del inicio y del final de la vida merecen una especial atención y respeto, y la dignidad del ser humano es sagrada durante toda su existencia, automáticamente se convierte en ultra-católico. Esa misma vara de medir está convirtiendo a la Iglesia Católica en Ultra-católica, colocándola fuera de todo diálogo racional.
Son solo tres ejemplos, hay muchos más.
¿Qué podemos hacer frente a esta dictadura cultural que se nos impone? Lo mismo que ante cualquier otra dictadura de cualquier tipo, la venceremos con el ejercicio de la libertad, aunque sea un ejercicio doloroso.
El valor de una pericia psicológica ante un tribunal sólo puede ser de prueba convergente. Jamás adquiere el rango de prueba única y definitiva. Ningún profesional puede extralimitarse del campo de sus competencias. Ni los psiquiatras pueden absolver/condenar ni los jueces pueden curar. Y así cualquier profesional. Extralimitar pericias ofende el sentido común y la misma competencia profesional.