“Toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo”. Es el artículo 23 de la Declaración Universal de Derechos Humanos declarados por la ONU en el año 1948. Es el reconocimiento del trabajo, una dimensión fundamental de nuestra vida, como un derecho de la persona. Es el final, ¿o comienzo?, de una gran carrera histórica que empezó con la conquista de su libertad en un mundo que lo consideraba como una actividad propia de los esclavos, y tras muchas vicisitudes, luchas, e incluso revoluciones ha marcado el rumbo de los más importantes acontecimientos de nuestra Historia. El pensamiento social católico lo considera hoy “la clave de toda la cuestión social” (Juan Pablo II, 1981).
En estas fechas en las que celebramos el Día Mundial del Trabajo nuestra reflexión ha de situarse sin duda en la cruda realidad que padece tanta gente en relación con este derecho fundamental y que en la mencionada Declaración viene complementado por la no discriminación en cuanto a salario, el derecho al descanso, a asegurar una vida digna para la familia, y la libre asociación para defender los intereses laborales.
Aunque en medios económicos y políticos se nos está hablando de una economía que está creciendo y que está recuperando los niveles anteriores a la crisis, la triste realidad cotidiana habla de que esos datos no se ven reflejados en el mundo de los trabajadores, asediado por el paro, la desigualdad salarial, y la precariedad que conducen indefectiblemente a una situación de pobreza para multitud de familias. Según las estadísticas, los hogares con todos sus miembros en paro subieron en 35.900 en el primer trimestre, un 3,4% más respecto al trimestre anterior, hasta situarse en 1.089.400 (Encuesta de Población Activa (EPA) difundida el 25 de abril de 2019 por el Instituto Nacional de Estadística (INE).
Sin duda, datos para reflexionar cuando en las perspectivas de una sociedad democrática y desarrollada se considera al trabajo, no solo como una vía de acceso a la renta que garantice una vida digna para el trabajador y su familia, sino también como fuente de realización personal y un instrumento de integración social. Es verdad que vivimos un cambio de época donde hemos pasado de una sociedad industrial a otra postindustrial, tecnológica y globalizada que está transformando el mundo del trabajo; pero ahí es donde los poderes políticos y económicos han de afrontar el gran reto de garantizar los derechos vinculados al trabajo y a los trabajadores para hacer frente con creatividad a la injusta y peligrosa sociedad dual que se está forjando. Es una exigencia de justicia democrática.