El mundo del trabajo en occidente se encuentra en una profunda contradicción al enfrentar el problema del empleo y su relación con el consumo.
El trabajador occidental quiere un empleo digno, con un salario suficiente para proporcionarle vivienda, alimentación y un espacio de ocio acorde a la oferta actual de tiempo libre, sin olvidar la cobertura sanitaria, seguros laborales, vacaciones y una pensión disponible a la hora del retiro. Todo esto se considera una conquista de la civilización occidental, especialmente europea, y todas las fuerzas políticas y sociales se preocupan, con mayor o menor éxito, en hacer realidad este deseo para todos los ciudadanos, a pesar de los vaivenes económicos, climatológicos o tecnológicos.
Sin embargo, ese mismo trabajador es simultáneamente consumidor, y en esta faceta su perfil de exigencia es muy diferente. Siempre han existido productos de bajo coste (low-cost), desde el vino “garrafón” hasta el transporte en tercera clase, sin embargo, en los últimos tiempos, la oferta de este tipo de productos se ha extendido a productos y servicios que antes se reservaban solo para las rentas altas: telefonía móvil, billetes de avión, hoteles, apartamentos…
La contradicción viene porque muchos de los productos de bajo coste se producen utilizando mano de obra con condiciones de trabajo que el propio consumidor consideraría inaceptables para sí mismo. En un mundo globalizado, la producción en países pobres (con empleos sin garantías ni coberturas) es ampliamente utilizada para productos vendidos en países ricos (como el nuestro).
Por un lado, para los países pobres, la producción a bajo coste es un camino prometedor para salir de la pobreza. Prohibir o penalizar económicamente la importación de productos manufacturados de países con malas condiciones laborales, les condena a una pobreza perpetua y perjudica nuestra competitividad cuando utilizamos esos productos para fabricar otros.
Por el otro, consumir productos de bajo coste deteriora la base económica necesaria para dotar al trabajo de todas las garantías laborales que todos queremos disfrutar.
No es sostenible ser a la vez consumidor low-cost y trabajador premium. El problema es saber a cuál de las dos cosas estamos dispuestos a renunciar.