Cuando un padre, una madre, o ambos progenitores, toman la decisión de llevar a su infante a un profesional de la psicología, quizás porque el niño o la niña se muestra con una conducta poco habitual e insana, el psicólogo que realmente se precie estudiará el caso y orientará al pequeño paciente. Sin embargo, no se puede omitir que dicha conducta sea el resultado de unos patrones, materno o paterno, adquiridos.
Es decir, los "problemas psicológicos" del niño o la niña suelen ser el efecto directo de la mentalidad de sus progenitores en sí.
Un buen profesional, un psicólogo que valga, podrá servir de ayuda y brindar las herramientas adecuadas para que el paciente se equilibre, consiga realizar lo que sienta adecuadamente y se reconduzca a experimentar una vida feliz. Pero ese trabajo terapéutico no será exitoso ni dará buenos frutos si los padres, en cuestión, no han modificado sus patrones mentales, su modo de educar o si, todavía, no han subsanado sus posibles desequilibrios emocionales, tal vez "heredados".
No hay que confundirse en este sentido, los hijos son un reflejo de sus padres y, en ocasiones, no habrá una solución satisfactoria para ellos si antes, sus responsables, no han reconocido su respectivo problema conductual y tampoco lo ponen, inicialmente, en manos terapéuticas.
No se debe obviar que si no se resuelve la causa de un problema, se terminará reflejando al rededor y afectando a los que deberían ser cuidados con inmenso afecto, respeto, eficacia e inteligencia.
Ser padre o madre es un aprendizaje constante pero, como la mayoría de las hazañas en las que el ser humano se involucra, hay que estar muy preparado. Para esto también es imprescindible una cualificación terapéutica, antes o durante, de la paternidad o maternidad planteada.