Hemos escuchando, leído y visto mucho, sobre todo en los últimos días,

respecto a un derecho fundamental en una sociedad libre y democrática. El

derecho a la libertad de expresión.

La libertad de expresión ¿tiene que considerarse una libertad sin límite

alguno o tiene que haber alguna acotación en su uso?

Estamos ante el dilema que creo superamos hace meses, cuando nos

confrontaron con la afirmación de que la democracia esta por encima de

cualquier norma o ley.

La democracia tiene unas normas, surgidas de la misma democracia. Son éstas

las que la defienden ante ataques que puedan acabar con ella. Son sus reglas

de juego, pudiendo modificarlas o cambiarlas en base a los acuerdos que se

tomen para ello de forma democrática.

“Mi libertad termina donde empieza la de los demás” dijo Jean Paul Sartre.

Esto nos quiere decir que la libertad, concepto al que anteponemos hasta

nuestra propia existencia, valor supremo al que no escatimamos ningún

recurso para defenderlo y protegerlo como al mayor bien que puede tener el

ser humano, tiene un límite. La inclusión en la libertad del que esta

enfrente.

Tenemos otra concepción, otra idea que en cierta manera, también nos hace

libres y es la responsabilidad al ejercer nuestra libertad. El respeto hacia

los demás. En democracia el no respetar las normas, las leyes que nos hacen

funcionar y avanzar como sociedad libre, lleva a la destrucción democrática.

Al igual que no respetar la libertad de los demás, nos llevaría a la

inexistencia de nuestra propia libertad.

La Constitución así lo indica en su articulo 20, punto 4, diciéndonos que la

libertad de expresión, pensamiento, publicación, etc. tiene su límite en el

respeto a los derechos reconocidos en su Título 1, en los que establezcan

las leyes que lo desarrollen, en el derecho al honor, la intimidad, la

propia imagen y la protección de la juventud y de la infancia.

No soy jurista y no me meteré en terrenos que desconozco por completo.

Seguro que habría debate para mucho más, pero no creo en sentencias

absolutas, en dogmas de fe, todo tiene su explicación y sus límites. Límites

en los que nos podemos mover con libertad y permitir que los demás puedan

hacer lo mismo. En este principio se basa la propia convivencia, la

supervivencia de la propia sociedad.

Es cierto que en la situación en la que nos encontramos ahora mismo,

actitudes o expresiones que antes nos parecían intolerables, en este

contexto actual, pueden darse como más permisibles por parecernos menos

peligrosas, menos ofensivas para una parte de la sociedad y que gracias a la

intolerancia que exigimos con ellas en el pasado y su firme condena, hoy han

desaparecido de nuestras vidas. Pero no podemos olvidarlo, tenemos que

seguir avanzando y para ello no hay que negarlas. La memoria histórica hay

que conservarla para toda nuestra historia pasada y reciente. Recordar que

existieron bandas organizadas que no luchaban para defender derechos de

nadie, sino que causaban el mayor daño irreparable que podían realizar.

Recordar que sigue habiendo ciudadanos y ciudadanas que viven con ese

recuerdo, en su piel y en sus pensamientos, con las secuelas de sus

acciones.

Expresiones como “¡ETA mátalos!” o grafitos de dianas con el nombre de

personas en su interior, no las deberíamos relegar al olvido, sobre todo por

el tremendo daño y sufrimiento que han causado. No las considerábamos como

expresiones realizadas al amparo de un derecho, sino como lo que eran,

amenazas que podían terminar con un dramático resultado. Ni los FRAP, ni los

GRAPO, ni los grupos varios de extrema derecha, ni ETA, ni los GAL, ni

ninguna banda armada, actuó en defensa de ninguna libertad para nadie, al

contrario, provocó y puso en peligro la misma, siendo las normas que nos

pusimos todos y la presión de la sociedad, las que ayudaron a terminar con

ellas.

Cualquier artista en función de su creatividad para expresar sentimientos,

pensamientos, opiniones, puede ejecutar su obra, ¡faltaría más! pero también

tiene que ser responsable de lo que expresa. Por muy vanguardista y

contestatario que se sea, no puedes ignorar la repercusión que tendrá tu

creación.

La nueva diosa del fascismo español es libre de expresar sus proclamas,

utilizando el marco de libertades que le brinda un país democrático, donde

se garantiza la libertad de manifestación y expresión de la que ella es

beneficiaria, pero tiene que ser consciente que su discurso señala a

personas que no son culpables de su irresponsabilidad e ignorancia. Debería

aprender que lo que defiende libremente, fue la causa de la mayor calamidad

que ha conocía Europa, cometiéndose los mayores crímenes que jamás se

podrían imaginar.

Un miembro del gobierno puede afirmar que cualquiera que tenga una presencia

pública y ejerza una responsabilidad en un medio de comunicación o en

política, está sometido tanto a la crítica como al insulto. O que el estado

al que él representa, tiene un déficit democrático. Es su opinión y está

amparado por la libertad de expresión pero tiene que ser consecuente y

pertinente con lo que representa.

Ni que decir tiene que el presidente del Tribunal Superior de Justicia de

Castilla y León, puede expresar que la democracia de un país se pone en

solfa desde que el partido comunista forma parte del gobierno. Pero

tendremos que exigirle cordura y coherencia por el cargo que ocupa.

En definitiva, la libertad de expresión como libertad que es, tendrá que

respetar el marco donde se utilice. Todos los comentarios y expresiones

expuestas anteriormente pueden ser protegidos por la libertad individual a

expresar lo que se piensa, sin censura alguna, pero no todos lo

consideraríamos como un derecho a expresarse, a emitir una opinión. Para

algunos solo serían expresiones delictivas y ofensivas que nada o poco

tienen que ver con la libertad de expresión.

“La libertad de expresión solo existe si hay pensamiento en esa expresión.

De nada sirve la libertad de expresión si solo se expresan estupideces”.

Esto lo dijo el filósofo Emilio Lledó. No tengo nada más que añadir.