Las memorias literarias del escritor alcarreño José Esteban
Una edición muy cuidada, como es habitual en Reino de Cordelia, nos introduce en los avatares literarios de un escritor madrileño, pero nacido en Sigüenza, José Esteban, con una de las trayectorias más prolijas y fecundas de la cultura española en los últimos cincuenta años. Editor, librero, bibliófilo, gastrónomo, poeta, novelista, paremiólogo, biógrafo, periodista, crítico literario, madrileñista, cuentista, taurófilo, ensayista, lector apasionado y cervantista de pro, algo muy presente en su vida y obra. Estas memorias han tenido ya varias exitosas presentaciones, la última en el pueblo natal del autor, que ese día, el pasado 7 de agosto, fue profeta en su tierra, con un lleno sin precedentes en la casa de la cultura local, y con tres compañeros de mesa como requería la ocasión: Juancho Armas Marcelo, Lorenzo Díaz y Víctor Márquez Reviriego.
Faceta importante en la vida del autor es su vocación de tertuliano, lo que entronca bien con alguien que es liberal a la vieja usanza, republicano, azañista, librepensador, y persona capaz de reunir en una misma mesa a gentes muy distintas, en torno a la amistad y afinidades comunes. Miembro muy importante, de los más jóvenes, de una generación de escritores, la mayoría fallecidos, con nombres como Alfonso Grosso, Antonio Martínez Menchén, Carmen Martín Gaite, Rafael Sánchez Ferlosio, Gloria Fuertes, Gabriel Celaya, Raúl Guerra Garrido, Juan García Hortelano, Rubén Caba, Claudio Rodríguez, Jesús López Pacheco, Ángel González, Carlos Barral, Fernando Sánchez Dragó, Antonio Ferres, Armando López Salinas, José Hierro, Blas de Otero, Angelina Gatell, Carlos Álvarez, José Agustín Goytisolo, o José Manuel Caballero Bonald. La lista es mucho más amplia, sobre todo si la ampliamos a pintores, como Manolo Millares, Bonifacio Alonso, Antonio Saura, Modesto Roldán, Francisco Alcaraz y Ricardo Zamorano, o dramaturgos como Alfonso Sastre y Lauro Olmo. Lógicamente, de la anterior lista, por la amistad muy profunda del autor con los mismos, tienen bastante espacio en el libro Caballero Bonald y Ángel González. La relación puede crecer, y mucho más, si a la misma añadimos los novelistas y poetas latinoamericanos con los que el autor ha tenido amistad, o ha conocido en sus estancias, a veces de varios meses, en países como Argentina o México; por las páginas del volumen desfilan Carlos Fuentes, Octavio Paz, Adriano González León, Juan Rulfo, Arturo Azuela, Pedro Gómez Valderrama, Jorge Edwards, José Donoso, Ernesto Sábato, y su entrañable amigo peruano Alfredo Bryce Echenique.
Solo la colección de personajes con los que ha comido o tomado copas daría para un libro, y creo que sería de más interés que 'Mis almuerzos con gente inquietante', de Manuel Vázquez Montalbán. Solo con echar una ojeada al índice onomástico nos quedamos impresionados, de la cantidad de nombres muy importantes, del mundo de las letras y la edición que aparecen, y, si nos adentramos en el libro para curiosear, nos quedamos admirados de la naturalidad con la que nos habla de cómo conoció a Ernest Hemingway, o a Orson Welles, Jorge Luis Borges, Luis Buñuel, Max Aub o Cantinflas; sin olvidar su amistad con los premios Nobel Gabriel García Márquez, Camilo José Cela y Mario Vargas Llosa.
Mucho le debe a nuestro paisano la Historia de la Literatura España, y no hablo aquí de Pepe Esteban como ensayista o biógrafo, sino de su labor de recuperación de escritores y periodistas, durante los años que dirigió la editorial Turner, particularmente el rescate del olvido de escritores de los años de la República, proscritos durante el franquismo. También reeditó a novelistas anteriores, generacionalmente del 98, pero también en la lista negra del Ministerio de Información y Turismo, como fue el caso de Felipe Trigo, a quien se había etiquetado de pornógrafo. Fue pionero en el rescate de escritores vinculados con la defensa de la República. Algunos habían sido fusilados como Manuel Ciges Aparicio, o muertos en el exilio, como José Díaz Fernández, Arturo Barea, Cesar M. Arconada o Alicio Garcitoral, y otros autores muy singulares fallecidos antes de la Guerra Civil, como José López Pinillos, Andrés Carranque de Ríos o Eugenio Noel.
Entre sus personajes biografiados se encuentra Meléndez Valdés, lo que nos lleva a su pasión por el siglo XIX y en particular por todos aquellos liberales que se opusieron a la sangrienta dictadura de Fernando VII; quizás el fruto más relevante de esta afición sea su novela 'El Himno de Riego', publicada en 1984 y reeditada por Reino de Cordelia. Sus novelas nos dan noticia de la pasión de Pepe por aquella España, con grandes patriotas ilustrados, asesinados o en el exilio, víctimas de la tiranía de los Borbones y de una Iglesia inmisericorde, aliada siempre con el poder despótico. Relevante fue también su trabajo, en los ochenta y noventa del pasado siglo, al frente de la Biblioteca Regeneracionista, y que editaba la Fundación Banco Exterior, y que recuperó del olvido editorial a Joaquín, Costa, Lucas Mallada, Macías Picavea, León de Arroyal o Cabarrús. Pero la vocación literaria de Pepe no se puede entender sin su pasión por Galdós, a quien ha dedicado algunos libros: como 'Galdós y La Mancha', o 'La cocina en Galdós', además de unos cuantos artículos y conferencias. No rehúye personajes malditos, y ahí tenemos su libro 'Mateo Morral', el anarquista, lo que le llevó a profundizar también en el mundo que había en torno al semanario 'El Motín', que dirigía el republicano José Nakens.
Impagable también la recuperación que ha realizado del gran dibujante Luis Bagaría, y trabaja en otro personaje maravilloso de aquellos años republicanos, Luis de Tapia, que con sus coplas del día ejercía gran influencia en una España, -la de los años veinte y treinta del pasado siglo- que además leía periódicos. En buena medida, si se han hecho investigaciones y libros sobre muchos escritores, de la España republicana y del exilio, ello se debe a la obra de rescate y edición de Pepe Esteban. Estas cosas, en este desmemoriado país, ni se reconocen ni se pagan. Antonio Machado está también muy presente en el libro, por la influencia que tuvo en aquella generación de escritores de los cincuenta, y también por la reivindicación del poeta como referente ético de la izquierda, frente a la instrumentalización que el franquismo hacía de su vida y obra.
De esa afición por temas raros en la ensayística tenemos un libro curioso, muy divertido y todo un éxito editorial: 'Vituperio y algún elogio de la errata', y otro más reciente, una joyita de edición de Reino de Cordelia, 'Duelos y Duelistas Españoles'. De su vocación de paremiólogo nos ha regalado unos cuantos buenos libros: '¡Judas! ¡Hi… de puta! Insultos y animadversión entre españoles', 'Refranero anticlerical' o 'Refranero contra Europa'.
El libro que recomendamos lleva por título 'Ahora que recuerdo', anunciado por la editorial como: '50 años de compromiso con la libertad y la cultura durante el franquismo, la transición y la democracia'. Aunque pueda parecer un poco largo, esta suerte de subtitulo, no lo es, si tenemos en cuenta que nos encontramos ante la trayectoria de un personaje muy singular, que llegó a Madrid para ser abogado de menesterosos, fiel a su vocación quijotesca, a pesar de haberse criado en Sigüenza, ciudad levítica con Seminario y Obispado. Nació en el seno de una familia de los derrotados de 1939, por lo que de cuna le venía la conciencia social y la afinidad con la izquierda, así es que se comprometió pronto, como muchos jóvenes de aquellos años cincuenta, con la lucha clandestina del Partido Comunista, donde llegó a ser un dirigente importante en el ámbito de la cultura, algo que compatibilizaba con su trabajo, que aún no era el de editor, si no el de abogado laboralista. Si, nuestro personaje fue uno de los fundadores del primer despacho de abogados dedicado a la defensa de los trabajadores en la década de los años sesenta. Pero, como dice el autor, aquello no era lo suyo, y se fue apartando de los pleitos para dedicarse a la edición de libros, y, como había soñado desde muy joven, a escribir poemas, cuentos y artículos literarios, si bien no se quedó ahí, dando paso a una de las carreras literarias más dispersas pero apasionantes de nuestras letras.
Tal y como nos cuenta el autor en estas memorias, una de las primeras cosas que hizo al llegar a Madrid fue visitar a Pío Baroja, escritor que admira y del que también es un profundo conocedor, pero mejor será leer las páginas que Esteban le dedica, donde nos habla de la admiración que profesaban los jóvenes escritores contestatarios al gran novelista, que vivía aislado, sin apenas contacto con el régimen franquista y sin adjurar de sus convicciones ateas y anticlericales. Con ese encuentro con el viejo Baroja, que lo marcó en su vocación literaria, y la preparación del Congreso de Escritores Jóvenes en la primavera de 1956, arrancan unas memorias literarias fundamentales, no solo para conocer los anclajes y orígenes de toda una generación literaria y su posterior singladura, si no, también para adentrarnos en lo que fue el mundo de la edición y el de la cultura durante el franquismo, la lucha por las libertades, la mendacidad de la censura, y el atraso cultural que supuso la represión y el exilio de escritores, científicos o artistas, tras el trauma de la Guerra Civil. Después, la transición de nunca acabar, su andadura hasta el presente, y ello para completar un repaso a más de cincuenta años de dedicación vocacional a la edición y la escritura.
Entre los personajes del libro aparecen algunos que no son ni escritores ni artistas, pero que se convierten en fundamentales para entender determinados ambientes intelectuales. Tal era el caso de un célebre cirujano, José Luis Barros, gran lector, tertuliano, noctambulo, y amigo de actores, cineastas, novelistas, poetas y pintores, y muy entrañable también de Pepe Esteban. El poeta Rafael Alberti, que tuvo por editor y amigo al autor, dedicó al doctor un romance, con Toledo al fondo:
El doctor José Luis Barros
llegó a Toledo una tarde.
Vino para recordar
y entró en la Venta del Aire.
Se sentó solo y miró
y a su lado no vio a nadie.
Luis Buñuel no viene ya
ni sombra que lo acompañe.
Dalí pintó en aquel muro
a los amigos que antes
aquí venían. La cal
les ha borrado la imagen.
El doctor José Luis Barros,
triste, de Toledo parte.
Y aquí damos por terminada la reseña de un libro relevante para nuestras letras, con invitación muy viva a que lo pidan en su librería, y a que pasen unas horas de lectura en compañía muy amena, la de un laborioso escritor, persona próxima y sencilla, amante de la vida y coleccionista de amigos.