El barrio de Salamanca y sus liberales vecinos
El madrileño barrio de Salamanca está estos días de moda, pero no porque sus exclusivas tiendas de ropa o de regalos hagan rebajas en la llamada “milla de oro”, sino por las protestas contra el gobierno que protagonizan algunos de sus vecinos, armados de cacerolas, que sueltan en manos de mayordomos y criadas apenas les empieza a pesar ese menaje de cocina. Hay algunas imágenes que harían las delicias de Luis García Berlanga, y que las copiaría para una Escopeta Nacional III, pongamos por caso, como la de esos sufridos aficionados al golf que reivindican libertad para ir al Club de Campo, o esas señoras indignadas por no poder ir de compras, o a merendar a una cafetería; y para nota lo del dueño de un coche descapotable de alta gama, que circula a la hora de la manifestación vociferando también libertad con un altavoz de los que se usan en las huelgas, eso sí, con el chofer al volante. Como se puede apreciar, en las imágenes que podemos ver en las noticias de cualquier tv, no se guarda la distancia exigible por las recomendaciones sanitarias, ni se cumplen con las franjas horarias por edades. La bandera nacional y España son suyas, o eso creen.
Ya sabemos que existe, de un tiempo a esta parte, una perversión del lenguaje, ya que no es lo mismo la reivindicación de la libertad según quien pronuncie, la en otros tiempos venerada palabra. Estamos hablando, nada menos, de la primera voz del tricolor lema de la gran revolución de revoluciones, la francesa, por lo que no debería de usarse con esa frivolidad. También en esto hay clases y barrios; no es lo mismo el significado que se le da en la popular canción Yo te nombro libertad, inspirada en un poema titulado Libertad, cuyo autor fue Paul Éluard, y que lo escribió en la Francia colaboracionista de Vichy, que el que le dan esos señores que pronuncian la sagrada palabra para exigir su derecho a viajar, a ser posible a Suiza, a hacer alguna gestión en su banco, y de paso esquiar un fin de semana.
Rezuman indignación contra “el coletas”, los vecinos del citado barrio, ya que el vicepresidente del Gobierno pretende subir los impuestos a aquellos que tienen ingresos o patrimonios superiores a un millón de euros, indignación también por la pretensión de este gobierno en indagar por ahí en cuentas suizas y en paraísos fiscales. La policía nacional, suponemos que por haber recibido órdenes superiores, está actuando con excesiva permisividad, algo que tiene cabreados a vecinos de otros barrios de Madrid, convencidos de que, si las protestas tuvieran lugar en Vallecas o Carabanchel, con pancartas y gritos a favor de una moratoria en las hipotecas, por ejemplo, otra sería la actuación de las fuerzas de Orden Público. Ahora que, en tiempos de desescalada, el mando supremo coordinador recae en el Ministro de Sanidad, y que algunos colegas de gabinete van a tener menos trabajo, no estaría demás que, en vez de enviar policías nacionales a la hora de las protestas, tomase la iniciativa la ministra de Hacienda y facultase a inspectores de su departamento, con distintivos visibles, para acudir a la calle Nuñez de Balboa; el efecto disuasorio creo que sería más efectivo que una sección de antidisturbios, además, ya hemos visto que también insultan a los policías que no son del grupo Jusapol.
El barrio de Salamanca coincide con el distrito municipal del mismo nombre, y debe su denominación al Marqués de Salamanca, un político y financiero del siglo XIX, que hizo una gran fortuna gracias a ser el testaferro de la reina regente, Cristina de Borbón-Dos Sicilias. Su primer gran negocio fue conseguir de su protectora el monopolio de la sal, como lo lee querido lector. Después vinieron los ferrocarriles, cuya concesión le fue otorgada a Salamanca -entre ellos el que une Madrid con Toledo-, y ya en el proceso de construcción de las vías férreas empezaron a dar buenos pelotazos, con la colaboración del gobierno, al hacer que las sufridas arcas del Estado pagasen a precio de oro expropiaciones de terrenos propiedad de la Corona, pero cuyos beneficios se repartieron la jefa del Estado y el corrupto político. Eso dio como resultado unas chuscas maniobras en los trazados de vías, con la paradoja de que la llamada estación del Norte (hoy Príncipe Pio), en Madrid, fuera construida en el suroeste de la capital, para que el tren atravesase fincas propiedad de la Casa Real, y así sacar mayor tajada. Así se hacían los negocios en aquellos tiempos.
También promovió, don José de Salamanca y Mayol, una barriada para la aristocracia y la burguesía, y que es la que fue bautizada con su primer apellido, y que también es el de su título nobiliario, otorgado por Isabel II, con grandeza de España, por los grandes servicios prestados a la corona, léase grandes dividendos y tropelías con los dineros públicos. Magistral fue un pelotazo en la Bolsa madrileña, de treinta millones de reales, gracias a información privilegiada, y que aún se estudia en las escuelas de negocios como práctica corrupta. Gracias a esos y otros muchos méritos, algunos dignos del Patio de Monipodio, se puso al barrio bajo su advocación, y, además, se erigió una estatua que lo representa en la plaza que lleva su nombre. Su antiguo palacio es hoy propiedad del BBVA, es decir, el banco del imputado Francisco González por sus negocios con el comisario Villarejo.
Sea como fuere, este barrio madrileño siempre ha alojado, ya mucho menos, a aristócratas apolillados y a ricos con solera, es decir rentistas. Al presente, lo cierto es que no es para tanto, porque muchos ricos viven en la Moraleja, La Finca, Barrio de los Jerónimos, exclusivo éste de verdad, o se han marchado a la zona de Opera-Plaza de Oriente, donde también vive el expresidente de Castilla La Mancha, José María Barreda; algunos otros viven en sus grandes haciendas y cortijos, o se han marchado a Miami. Quedan en el barrio nuevos ricos, es decir, de solo dos o tres generaciones de “cuello duro”, y especímenes como Rodrigo Rato, Luis Bárcenas o el muy rico cura de la parroquia de San Ginés. También vive en ese barrio mucha gente normal y corriente, pequeña burguesía con cierto poder adquisitivo, de profesiones liberales, en particular en calles transversales, como Jorge Juan, Hermosilla, Padilla, Maldonado y algunas más. Las vías principales, como es el caso de Serrano, han visto disparados los precios de sus viviendas, por la escasez de estas, debido a que son muchas las marcas de ropa o regalos que se han instalado allí, y, además, compran edificios enteros para sus dependencias.
La fama de barrio facha no es nueva, viene de muy atrás, de los tiempos de la Segunda República, cuando los pistoleros de la Falange, y de otros grupitos de la extrema derecha, andaban por allí en pandilla, y lo mismo daban palizas que mataban a adversarios políticos. Intentaron asesinar varias veces a Manuel Azaña, que vivía en la calle Serrano, de alquiler, que nunca tuvo ni casa propia. A imitación de sus colegas alemanes del Partido Nacional Socialista, los seguidores de José Antonio frecuentaban las cervecerías de la zona, y, con la moral tan alta como la espuma que origina el lúpulo, se iban a buscar republicanos, socialistas, anarquistas o sospechosos de serlo, para explicarles la teoría de “los puños y las pistolas”.
Durante la guerra civil el barrio de Salamanca fue abandonado por buena parte de sus moradores, que se pasaron a la zona nacional, o se escondieron en alguna embajada. El barrio no fue bombardeado por la aviación franquista, para preservar las mansiones de quienes apoyaron sin fisuras la sublevación militar y todo lo que vino después. Es por la seguridad que tenían los republicanos de que por allí no iba a pasar la aviación alemana, italiana o franquista, que trasladaron delegaciones ministeriales, ayuntamiento, sedes de partidos y sindicatos, a esta zona totalmente segura, y a salvo de bombardeos. Al finalizar la guerra pudieron regresar “los señores” a sus palacetes o amplios pisos, y recuperar también muchos de sus otros bienes, como cuadros, esculturas y diversos objetos de valor, salvaguardados por la Junta del Patrimonio Artístico, entidad republicana en la que trabajaron, durante el todo conflicto, dos ilustres profesores toledanos, Thomas Malonyay y Vidal Arroyo Medina.
Muchos años después, en tiempos de la transición, se repitieron escenas de matonismo en las mismas calles, con aquellos fanáticos, seguidores de Blas Piñar o del padre Venancio Marcos, y que también daban palizas a rojos y a periodistas sospechosos de serlo, obligaban a cantar el Cara al sol a los clientes de alguna que otra cafetería, de las que no frecuentaban sus mayores, o, como en otros tiempos, también llegaban al uso de las pistolas, como fue el caso de aquella matanza de los abogados de Atocha. Se apostaban en determinadas entradas al barrio, e impedían el paso a quien les parecía que no era del lugar, al grito de “esta es zona nacional”. Alguna pequeña diferencia había entre los matones de los años republicanos y los de los años setenta; los primeros querían acabar con la democracia, lo que a la postre consiguieron, y los segundos querían impedir que volviese la República, cosa que también consiguieron, solo que tuvieron que asumir que el franquismo ya no era posible, y que había que convivir con un régimen de ciertas libertades, si bien tuvieron asegurada la impunidad para crímenes antiguos, y también para los más recientes de aquellos años, tal y como el caso de Billy el niño ha dejado de manifiesto.
Todo lo anterior ha ocurrido, y conviene no olvidarlo, si no queremos frivolizar con el discurso de la extrema derecha actual, que se arropa en la bandera y la patria, y repite una y mil veces mentiras sobre la pandemia y la gestión del gobierno. También escupen tremendos insultos a los ministros del gobierno y a quienes les apoyan, y elevan, de día en día, la virulencia en sus discursos. Los escraches también forman parte de esta estrategia. Llamar asesino al gobierno es algo que ya hemos oído estos días a un diputado del partido de Abascal, algo muy grueso y que no debería de pasar por alto la Fiscalía; solo se puede llamar asesino impunemente a alguien si sabemos que ha sido condenado por un tribunal, en virtud de hechos acreditados en sentencia, y en aplicación del artículo 139 del Código Penal.
Hemos visto a dirigentes del PP, incluso a la presidenta de la Comunidad de Madrid, la presunta inquilina de Sarasola, animar el cotarro de las concentraciones “salmantinas”, a sabiendas del peligro que para la salud tienen, y de lo infundado del discurso acusatorio contra el gobierno, sabiendo como saben que la gestión de la sanidad pública en Madrid no es competencia del gobierno de la nación si no del regional. Una sanidad pública desmantelada por las privatizaciones y las salvajes reducciones de plantillas, además de haber visto cerrar en los últimos todo lo que tenía que ver con investigación, y, sus antes prestigiosos laboratorios. Por cierto, la citada presidenta de la CAM, la misma que organizó aquella fiesta en el IFEMA, y la que dejó plantado al presidente del gobierno para irse a misa, resulta que ha conseguido, escándalo tras escándalo, barbaridad tras barbaridad y mentiras gruesas acerca del gobierno, que no se hable de la gestión de la crisis en Madrid, ni de los miles y miles de ancianos que han muerto en las residencias de su competencia. Ya he leído algunos análisis semióticos acerca de la señora Díaz Ayuso, como un fenómeno a estudiar en lo que a comunicación política se refiere, donde habrá que tener en cuenta las habilidades con las redes sociales, de esta digna sucesora de Esperanza Aguirre, pero que tiene como super asesor al que lo fue de José María Aznar, un vallisoletano apellidado Rodríguez, y que es muy conocido por la policía municipal madrileña por sus desvaríos nocturnos. Otro día hablaremos de Sarasola y de esa “generosidad”, heredada de su difunto padre, que consiste en ceder lujosos pisos y mansiones a políticos en apuros.