Paco Núñez quiere ser recibido por Emiliano García-Page y tiene toda la razón. Entrevistado anoche en Onda Cero por el gran Javier Ruiz, el líder del PP de Castilla-La Mancha ha insistido en reclamar la reunión al presidente de la Junta para hablar de las claves de la región y, si acaso, plantarse juntos ante Pedro Sánchez y decirle las cuatro verdades que el propio Page lleva meses largando en los medios nacionales, por mucho que luego los diputados castellano-manchegos del PSOE hagan más o menos lo contrario. Cosas de la política y la vida, tan complejas ambas.
El caso es que Núñez necesita la foto oficial con Page y quiere un encuentro que, por otro lado, es lo más normal del mundo, aunque el jefe regional de los populares anda menesteroso de un plus añadido de protagonismo, según lo veo yo: debe fortalecer su imagen interna como líder del PP castellano-manchego y, además, ha de confirmarse como jefe de la oposición, un papel que nadie le ha quitado nunca pero que, desde la irrupción en las Cortes de los Ciudadanos de Carmen Picazo, conviene remarcar de vez en cuando. A Paco Núñez personalmente le tengo mucha simpatía y me parece, además, que los asuntos que ha puesto sobre la mesa de Page son de la suficiente envergadura como para que la reunión se celebre cuanto antes: presidente, al lío, no se haga usted más de rogar.
El caso es que veo un clima de confrontación sistemática en la política castellano-manchega que me viene pareciendo viejuno y trillado, de imposible entendimiento, y esa falta de actitud general es un mal evitable en la región que perjudica a la gente. La vida política en Castilla-La Mancha, en las Cortes y en los medios, es un puro diálogo de sordos de todos contra todos que no puede conducir a nada bueno y ahí echo en falta al simpaticón de Pablo Bellido, presidente del Parlamento autonómico, para que ejerza de árbitro de la cosa y reconduzca el debate por caminos de construcción y no de este derribo permanente. Desde los tiempos de Pepe Bono la política en la región es un mundo de compartimentos estancos y cerrados que no se ven, no se tocan, no se oyen, y ese gran error habría que corregirlo ya. El último ejemplo de estas turbulencias mal entendidas lo protagonizaron ayer Ana Guarinos, por el PP, y Cristina Maestre, por el PSOE, y lo peor es que da igual el fondo de la batallita porque este es el pan nuestro de cada día y todas las mañanas nos desayunamos con alguna tontería. A ver si se enteran nuestros políticos de que todo esto a nadie le interesa.
El nivel, en fin, habría que subirlo. Aunque ayer el muy progresista Gobierno de Sánchez lo bajó en materia de libertades y control de los medios públicos de comunicación. El hasta ayer mismo presidente de la agencia Efe, el periodista Fernando Garea, no le ha parecido al Ejecutivo coaligado lo suficientemente dócil y obediente y de un plumazo le han cesado por la vía del motorista y en una cafetería, al mejor estilo de épocas más oscuras. Garea no estaba dispuesto a convertir Efe en una agencia de noticias del Gobierno y eso le ha costado el puesto. Cómo son estos demócratas y qué callado está ahora Pablo Iglesias, con lo que gritaba, el hombre. Todo nuestro ánimo para Garea y la mejor suerte para la nueva presidenta de Efe, la periodista castellano-manchega Gabriela Cañas, que, visto lo visto, la va a necesitar. Gabriela, que es de Cuenca, tendrá que luchar contra gigantes y no morir en el intento. Ánimo y fuerza, compañera.
Y voy liquidando la pieza de este martes. Leo en el papel couché que Amelia Bono, la hija del expresidente socialista de la Junta, provoca algunas turbulencias en las redes sociales a costa de un viaje de lujo a México en el que está o ha estado embarcada y su irresistible tendencia a publicar las fotos y darse el pisto y tal y tal. La tormenta perfecta sobre la perfecta vida de Amelia, que ha hecho este viaje junto a su marido, Manuel Martos, su hermano, José Bono junior, y el novio de este, Aitor Gómez. El socialismo ya no es lo que era, pero hay que ver lo mala y envidiosa que es la gente. Nosotros a los Bono jamás podremos dejar de quererlos, aunque siempre hemos sido más de Sara Carbonero. Vivimos en un país apasionante.