La experiencia de la España autonómica arroja un equilibrado balance de luces y sombras. En la Transición, la necesidad de proyectar al mundo la imagen de un país que se abrazaba a favor de un futuro democrático era imperiosa. Por ello, los padres de la Carta Magna fabricaron un texto que, si bien ha garantizado el periodo de libertad y paz más largo de la historia de España, también adolece de fallos evidentes. Errores que, quizá, era difícil prever en la España de 1978, pero que en la de hoy escuecen sin remedio. El café para todos ha acabado siendo una merienda de desigualdades sin azúcar. Es por eso que las próximas elecciones autonómicas van a ser, más que nunca, unas elecciones nacionales. Es por eso que, aquí en nuestra tierra, a Emiliano García Page no le hace gracia alguna compartir cartel electoral con Pedro Sánchez.
Parece bastante evidente que el tortazo electoral de Susana Díaz tiene más que ver con los devaneos de Sánchez con sus socios comunistas y separatistas que con su gestión del presupuesto autonómico. Ya nos preguntábamos hace unos días en esta columna qué diferencias podía haber habido en Sevilla que no haya en Toledo; y me temo que la pregunta sigue vigente, a pesar del esfuerzo del Gobierno nacional por deshacer las componendas alcanzadas con Torra, el otrora “Le Pen español”.
Si las elecciones generales son en mayo y coinciden con las autonómicas, la confluencia de urnas en los colegios hará, con mayor fuerza aún, que el ciudadano vaya a votar con la bandera de España en la solapa, y no con la autonómica. Los líderes autonómicos y municipales del PSOE se esforzarán por separar el grano de la paja, y reforzar sus logros de legislatura: carreteras asfaltadas, colegios construidos, subvenciones otorgadas y en ese plan. Pero me da a mí que ninguna carretera, ningún colegio y ninguna subvención va a tener más peso en la decisión de un votante que el hecho de poder seguir viviendo en la nación que heredaron de sus padres.
En todo caso, ya sean en abril, en mayo, en octubre o, incluso, en la primavera de 2020, los dirigentes del PSOE tienen la posibilidad de marcar diferencias. Ojalá fuera posible recuperar aquel partido de Javier Fernández que no cuestionaba los principios básicos. Pero para que eso sea posible, Page, Lambán, Díaz, Vara y compañía deben atreverse a dar el paso que muchos ciudadanos les reclaman. No basta con una amenaza velada, no vale con decir que se tienen muchas ganas de decir lo que uno piensa en la Ejecutiva del PSOE. Hay que explicárselo a los ciudadanos. No hay nadie más patriota que un socialista jubilado –solo hay que oír a Ibarra, Felipe González, Alfonso Guerra, Corcuera, Leguina-, pero, si de verdad existe ese socialismo nacional que defiende la igualdad y la solidaridad sin renunciar a los principios fundamentales que nos constituyen como nación liberal, es hora de que alce la voz. Les estamos esperando.