Editorial

El nuevo PSOE de Sánchez obliga a Page a mover ficha, pero no se sabe hacia dónde

19 junio, 2017 00:00

La nueva Ejecutiva surgida del Congreso que el PSOE ha celebrado este fin de semana en Madrid ha dado un vuelco en la relación de poder interno de los socialistas españoles tras laminar la presencia e influencia de los barones y constituir una dirección compuesta exclusivamente por afines al nuevo secretario general, Pedro Sánchez. Es algo inédito en la historia del PSOE puesto que siempre intentaron integrar, con mayor o menor representación y acierto, a las distintas sensibilidades con el afán lógico de cohesionar y dar unidad al partido a todos los niveles. Es algo imprescindible si lo que se quiere es ganar elecciones ya que de otra forma huiría un importante voto de los cuadros y militantes propios. Sánchez ha optado por contar solo con los fieles y ha enviado así un mensaje muy claro a las direcciones territoriales para que sepan a qué atenerse en los congresos regionales que están al caer.

El caso de Castilla-La Mancha es paradigmático de lo que decimos puesto que solo tres personas han pasado a formar parte de la dirección federal del PSOE, todas ellas claramente alineadas con el sector “sanchista” y a una de ellas, Manuel González Ramos, se la ha señalado como posible alternativa a Emiliano García-Page como secretario regional. Hasta el momento todo el mundo ha cerrado filas en torno a Page, y muy especialmente los nuevos miembros de la Ejecutiva nacional -González Ramos, Milagros Tolón y Magdalena Valerio-, pero en política, y más en los tiempos convulsos que vivimos, nada es seguro, y menos aún la palabra de los propios políticos. Page, que ha vuelto a vincular su futuro con el resultado del Congreso de este fin de semana, necesita mantenerse al frente del partido en la región mientras sea presidente de Castilla-La Mancha para no darle hecha la campaña electoral al PP y para que no se debilite su figura como gobernante, cosa que sin duda perjudicaría los intereses generales de la región los dos próximos años. Y no vale que sea él mismo el que decida no presentarse a la reelección. Las consecuencias serían las mismas porque se entendería que lo hace presionado por el “sanchismo” rampante.