España o la teoría del bien superior
Me preguntan mis amigos de izquierda qué va a ocurrir con Vox en las municipales y autonómicas, como si yo tuviera la bola o fuera Rappel. He perdido muchas apuestas electorales, por lo que renuncio a realizar cualquier tipo de pronóstico. Pero me pasa igual que a los sociólogos o economistas, que soy clarividente para analizar lo sucedido. Sobre la base de un correcto diagnóstico del problema es más fácil buscar soluciones efectivas. Lo contrario es dar palos de ciego, como muchas ha veces ha pasado en la historia de la ciencia. Aunque así también se avanza.
Tengo para mí que lo ocurrido con Vox es consecuencia directa de la llegada de Sánchez a la Moncloa y su permanencia sumisa gracias a los independentistas. El ideario de Abascal no da para doce escaños en el Parlamento de Andalucía, aunque tampoco lo da Podemos y ahí sigue haciendo filigranas. La llama que aviva el crecimiento de Vox es la evidencia de que Sánchez quiere seguir en la Presidencia del Gobierno aun a costa de humillar al resto de españoles cediendo parcelas de poder y terreno a los independentistas, cuando de sobra sabemos ya que han perdido de nuevo la batalla de la Historia.
El problema de Sánchez es España. En realidad, es el problema de la izquierda postfranquista. La de antes, con los mil matices que se quiera, lo tenía más o menos claro. Lo he escrito mil veces y lo volveré a subrayar las que haga falta. España no es de derechas ni de izquierdas. Es España, país, realidad, demografía, ensoñación, aire, viento, arte. Cada uno siente o percibe España a su manera; de lo que no duda es de que la siente. Por eso, cuando se produce un ataque frontal tan descarado, vergonzoso y esperpéntico como el catalán, la mayoría de españoles tiende no ya a defender su país sino a ir contra aquello que subvierte, enreda o complica la convivencia de siglos en algo que sabemos que se llama España y nos corre por dentro. Víctor Manuel acaba de grabar una canción hablando de España con letra sencilla y amable, a la que todo el mundo puede adherirse. No es la España que los trabucaires imaginan de yugo y flechas, que esa ya no existe; es la España normal, de un país y ciudadanos que saben que nos va mejor juntos que separados, comenzando por los propios catalanes.
Por eso, identificado el problema, el pueblo español da solución igual que lo ha hecho otras veces a lo largo de la Historia. A aquellos que facilitan o propician la humillación le dan matarile. Da igual que Sánchez se esconda tras su partido, al que ha tomado de rehén. Un dirigente socialista me dijo que el gran error fue dejar que se colara en la Presidencia del Gobierno un tipo como Sánchez. Exacto, habría que haberlo echado del partido el otro Primero de Octubre, cuando quiso trampear la democracia en un Comité Federal colocando trapos y cortinas en las urnas. Ahora parece tarde. El análisis que hace el votante antes de tomar su decisión, por tanto, no va a depender tanto de las farolas, el alcantarillado, las competencias, el déficit o el agua. Porque aquí se trata de España. Y eso son palabras mayores. O un bien superior que el ciudadano quiere preservar.
Lo ocurrido en Cataluña es un golpe de Estado, por más que Ana Pastor se empeñe en quitarlo del diario de sesiones. A Rufián hay que explicarle la Historia de España, porque Pavía entró en el Congreso a caballo también sin dar un solo tiro y terminó así con la Primera República. Esa se derribaba de un soplo, desde luego. Igual que caerá el casteller de odio que han levantado estos sujetos. La cárcel da mucho juego y deja tiempo para pensar. Parafraseando el asesor de Clinton, es España, estúpidos. Pedro es el problema y la solución. Cuanto más tiempo se enroque y humille, peor le irá al partido. Pedro ha resultado equilibrista suicida, que tiene cogido por los huevos a sus compañeros. Criatura.