Leo este fin de semana que las Capuchinas se van de Toledo, o más exactamente las carmelitas descalzas que moraban en ese convento. Lo cierran para irse unos cuantos metros más abajo, al de Santa Teresa. Se une este cierre a los de Santa Clara y Santa Úrsula ocurridos hace un par de años. No corren buenos tiempos para las monjas, cuya falta de vocaciones es evidente. Pero esto plantea un problema que muy bien ha observado Eduardo Sánchez Butragueño en su Facebook. El patrimonio que abandonan no puede dejarse de la mano de Dios, en sentido estricto y figurado. La Iglesia y las órdenes propietarias de los conventos deben dar algún tipo de solución. Toledo no puede permitirse el lujo de obviar los bienes que posee y la riqueza espiritual que atesora. Es sólo una llamada de atención y quizá haya ya alguien que lo ha pensado. Si es menester coger los hábitos para sostener el claustro y refectorio, se cogen.
Los conventos de esta ciudad son una lección de historia, un paseo por la fe, una huella del Espíritu. Intuyo que Don Braulio, que ayer cumplió setenta y cinco años y pronto presentará su renuncia al Papa, habrá pensado sobre ello. El Consorcio de la Ciudad de Toledo ha hecho una labor impagable desde que se creó para revitalizar, potenciar y vigorizar el Casco Histórico. Han sido muchos los inmuebles rehabilitados, la mayoría particulares que han decidido vivir aquí. Pero no podemos olvidar esos otros salmos de piedra que jalonan la vida de la ciudad. Es una pena que ya no se escuchen maitines por la reja de una celda o el ciprés levantado de un claustro. Mas no hay que rendirse para conservar el legado del tiempo o el rostro mismo del Cristo que se adivina detrás de cada puerta. He visto muchos de ellos. Recuerdo especialmente un Jueves Santo en que descubrí la Ruta de los Monumentos. Me pareció de una magnificencia y riquezas sorprendentes. Desde la grandiosidad de San Clemente hasta la sencillez de estas mismas Capuchinas. Dios habla distinto por vías diversas y no debe hacer confundir los talentos.
Por eso, creo que es necesario abordar de forma tranquila la situación. La Iglesia es sabia y milenaria y pensará qué hacer con ellos. Pero debe saber que cuenta como aliada a una sociedad civil que entiende que Toledo es cultura o no es. Ahí también han de hablar las instituciones como legítimas representantes de quienes tenemos el privilegio de vivir en esta ciudad y queremos conservarla, limpiarla, cuidarla igual que si fuera la misma niña de nuestros ojos. Hice recién llegado a Toledo otra ruta, la del mazapán, y uno de mis primeros reportajes fue tras el torno viendo amasar a las monjas. Carlos Cano les cantó en la alacena y a veces pienso por qué no tuve fe suficiente para abrazar la vida contemplativa. Quizá la radio y el periodismo sean otra forma. Al fin y al cabo, somos monjes de trabajo diario y disciplina espartana. Hasta llevamos el cilicio puesto en forma de declaraciones y canutazos.
Bono, Emiliano y Tolón me enseñaron que las monjas también votan y no pasan dos o tres meses sin que vayan a visitarlas y hablar con ellas. Sus manos están ajadas por el lento, cadente y humilde paso del tiempo y la oración. Su canto es un extasío en mitad de la vorágine y la turbulencia. Las monjas se van, pero los toledanos no. Que no queden muertos los conventos como un rosario sin cuentas o un devocionario olvidado.