Santiago Abascal se ha ido a Covadonga, previo paso por Toledo para iniciar su reconquista de la España arrasada. Cabe preguntarse si pretende terminar en Granada o si acaso Don Pelayo le ha sugerido en sueños, como muy bien dibujó Puebla el otro día en Abc, casar alguna de sus hijas con vástagos de Casado. Porque, a dos semanas de las elecciones, parece claro que los ganadores son Sánchez y Abascal, los extremos del sofá que se necesitan y rondan y que, una vez más, han vuelto a demostrar el apriorismo cesarista del divide y vencerás.
Pedro se va al debate a cinco para que la estrategia de Tezanos y el espantajo de Vox y la ultraderecha no se vengan abajo aprovechando la Semana Santa. Quiere a Abascal comiéndose a Rivera y Casado, enfrentados los tres, mientras emerge como figura salvífica el menos malo de todos. Si Abascal está en Covadonga y Rivera y Casado son leoneses y navarros, Sánchez se ha convertido en un Abderramán III que ha peinado la península entera con un Peugeot. Claro, que también se lo han dejado fácil.
Los primeros, sus propios compañeros cuando tuvieron que esperar a un ominoso Primero de Octubre para echar a quien ya entonces se dibujaba como un Houdini electoral, un trilero de la política, un oportunista de saldo. Vende sus viernes sociales, habla de trifachito y trifalismo y nadie recuerda ya al relator ni al abogado del Estado puesto en el caldalso de la conveniencia. A la derecha le falta el master de propaganda que la izquierda lleva en los genes. Ahora se ha sumado la ceguera de Ciudadanos y un Rivera ofuscado con su clamoroso error de cálculo al no haber visto una moción que lo apartaba a años luz de la Moncloa. Curiosamente su sino puede ser el contrario que pretende. Ensalzar como estadista a un Sánchez que pactaría con él en caso de dar los números. Y ojo, Emiliano, que en ese pacto podrían yugularse las baronías. Susana ya cayó y los siguientes van en mayo.
El mayor o menor éxito de la Reconquista vino de la unión de los reinos cristianos. El desmembramiento del imperio califal trajo consigo las taifas. Fue una empresa de ocho siglos que demostró por vez primera lo que la mozarabía ya previno en Toledo mucho tiempo. Que existía una realidad latente llamada Hispania como conjunto y destino político. Los símiles históricos son más pasatiempo que otra cosa, porque la realidad es poliédrica. Por ejemplo, no todos los que votan a Pedro convencidos de la izquierda consentirían un referéndum de autodeterminación en Cataluña o Euskadi. Que alguien le lea a Sánchez las memorias de Azaña y lo que pensaba y escribía de los nacionalismos. Pero, a quince días de las horcas caudinas, los presos de las Salesas pueden enfriar el cava del procés para celebrar el indulto, que Don Pelayo está con la Santina y Sancho, con doña Urraca. Falta mucho todavía para las Navas de Tolosa.