Antonio Banderas consiguió la Palma de Cannes al Mejor Actor este sábado por su papel en la película de Pedro Almodóvar Dolor y Gloria. Precisamente, este fin de semana fui a verla para olvidar los trasiegos electorales y salí del cine encumbrando al malagueño, que hace uno de los mejores papeles de su carrera profesional. Hay momentos de la película en que parece que ves al mismo Pedro en pantalla, consigue una mimetización con el personaje verdaderamente asombrosa. Banderas es uno de los grandes artistas españoles y como tal debe ser tratado y reconocido. Almodóvar, también. Aunque ya se sabe aquello de que nadie es profeta en su tierra.
El caso del cine español es sorprendente. En los últimos años ha conseguido películas brillantísimas que parecían inalcanzables hace algunas décadas. Existe una nueva hornada de actores y directores que son capaces de levantar una auténtica obra maestra sin envidiar nada a nadie. Sucede, sin embargo, que la ideología parece joderlo todo, como en el Perú. La aceptación consuetudinaria de que la gente del cine debe ser progre, roja y de izquierdas hace tanto daño al colectivo como al público. Siempre he defendido que una obra de arte es buena en sí misma y jamás por los planteamientos que pueda defender o las ideas de quienes la realizan. El caso paradigmático, precisamente, es Almodóvar. Pedro es el gran director del cine español de la última parte del XX y principios del XXI. Ha hecho películas inolvidables, como esta última intimista y autobiográfica. Pero cuando habla de política, se le va la olla. Eso no le resta un ápice a su mérito, hasta el punto de que uno se considera almodovariano por muchas cosas. Recuerdo cuando lo vi en Calzada de Calatrava tras recibir el Óscar por Todo sobre mi madre. Llegó con unas gafas de sol y una bolsa de deportes. Se subió a lo alto de la fuente de su pueblo, abrió la bolsa y sacó el Óscar, que relumbraba con los tímidos rayos de sol de la tarde. Siempre me pareció genuino, único e imprescindible. Los franceses lo adoran, aunque ahora le hayan negado la Palma. Quizá el papelón de Banderas no podía pasarse por alto y merecía un reconocimiento exclusivo.
Uno ha escuchado a Banderas algunas de las reflexiones más lúcidas sobre España. Quizá haya que irse fuera y contemplar nuestro país desde el exterior para darse cuenta exacta de lo que es y significa en el mundo. Ha animado a los jóvenes a trabajar, dejar sus casas y olvidar el funcionariado. Dio uno de los pregones más admirables que recuerdo de Semana Santa. Casi dos horas de dramatización sobre el escenario que nos puso a los cofrades los pelos como escarpias. Su presencia cada Domingo de Ramos en la Hermandad de Lágrimas y Favores es un aldabonazo para quienes medimos los años en función de la Pascua. Su historia es conmovedora, digna de encomio y merecedora de todos los éxitos.
Almodóvar y su estética nos acompañan desde los ochenta cuando descubrimos la movida con Pepi, Luci y Boom. Su gran obra maestra creo que es Qué hecho yo para merecer esto, aunque Mujeres, Hable con ella o Todo sobre mi madre entran por derecho en el pórtico de la gloria del cine. La flor de mi secreto y Volver son las más nuestras, las manchegazas. Ahí conocí la grandeza de Almodóvar, cuando enseñó sin tapujos sus raíces. “Hija mía, cuando los maridos nos dejan estamos como vacas sin cencerro”, le dice Chus Lampreave a Rossy de Palma. Una de las frases míticas de la Historia del Cine como la de Bogart y el Capitán Louis al final de Casablanca. “Este es el inicio de una gran amistad”. Como la de Banderas y Pedro, dolor y gloria a partes iguales del arte español.