La Transición no hubiera sido posible
Los rigores del estío y las largas tardes de verano permiten tomar distancia de los acontecimientos. Lo que vivimos estos días en la política de nuestro país provoca más desvanecimientos que el calor propio de la canícula. Entre todos dejamos que ellos solos se aticen en una triste reedición del Duelo a garrotazos de Goya. Esta generación de nuevos dirigentes demuestra que la juventud está sobrevalorada. Se han metido en un callejón sin salida al que no encuentran escape. Y dejan que sean nuevamente los ciudadanos quienes resuelvan los problemas que ellos crean. Al revés que la lógica indica, o sea.
Albert Rivera ha sido el gran bluff de la política española de este último año. Acomplejado por Sánchez tras haberle usurpado la presidencia del Gobierno a la que consideraba que tenía derecho, lo ha convertido ahora en su feroz contrario o enemigo. No habla con él, no le coge el teléfono, despotrica siempre que puede. De qué vale un partido centrista si no es capaz de pactar con su izquierda o derecha, según convenga. Muere una oportunidad histórica de, por primera vez en democracia, no hacer dependiente a un gobierno en minoría del nacionalismo. Rivera tendría que haber mostrado sus condiciones, no su ira. Nos quedamos sin lo primero; lo segundo será su tumba.
Iglesias ha enseñado ya sin complejos sus credenciales comunistas, el odio acérrimo al socialismo como buenos hermanos de Internacional. Afortunadamente, su vanidad y sectarismo nos libró a los españoles de un gobierno condenado a morir antes del nacimiento. Obedece a los parámetros clásicos de los mandatarios comunistas. Arruina su pueblo, mientras engorda su cuenta. Desde la dacha de Galapagar con vistas al paraíso, las guillotinas y los ríos de sangre son como rumor de olas que no acaban de romper. Entre los dos, Iglesias y Rivera, han centrado a Sánchez. Los hijos políticos de la crisis –económica en el caso de Podemos; política, en el de Ciudadanos- mueren devorados por Sánchez como si un Saturno se tratara.
Pedro va a conseguir lo que ni en sueños pensaba. Irá a las elecciones de noviembre porque la profecía de Tezanos se cumplirá. Ha demostrado su soberbia y adanismo, pero el narcisismo y egoísmo de sus rivales lo ha hecho palidecer. Ahora pacta con los herederos de la ETA ante el silencio cómplice del partido. El fin justifica los medios. El fin es la Moncloa y su permanencia en el poder. Verá atardecer los otoños y será presa del síndrome. La única criptonita contra Pedro es dejarlo gobernar y que sus contradicciones hagan el resto. Ha demostrado que no sabe pactar o no le interesa. Confía en su sino, estrella o baraka. Los demás se lo han puesto fácil.
La Transición fue posible porque hubo una generación de políticos que miraron por España antes que por lo suyo. Fue un magnífico ejercicio de empatía, solidaridad y respeto. La política es el arte de lo posible y ponerse en el lugar del otro. Suárez se vio con Carrillo en casa de José Mario Armero con el conocimiento del Rey cuando aún los comunistas eran demonios con rabo. Si aquello fue posible por múltiples circunstancias – también el miedo, no lo niego-, por qué ahora no pueden reunirse tres líderes para consensuar un gobierno. La política ha sido sustituida por el tacticismo y el póker, a ver quién marca el farol más grande. Y los jóvenes desprecian a los viejos y sus cosas. Noto como si la Historia fuera hacia atrás, como si a Sísifo ya se le estuviera cayendo la piedra de nuevo, como si a Ariadna se le rompiera el hilo o las hilanderas destejieran lo ya tejido. Esa presunción y arrogancia de los hijos políticos de la crisis no conduce a nada bueno. Si a veces me parece que vamos a los años treinta, ahora en verano, viendo las playas llenas, creo estar en los veinte, felices y ociosos, a espaldas de la fiera. De momento, la ETA ya ha pactado con el Psoe, aunque suene fuerte decirlo y aún confíe en los buenos socialistas de corazón que quedan. La madre de Pagazaurtundúa lo dijo: “Haréis cosas que nos helarán la sangre”. También espero que Pedro se plante cuando se pida lo imposible, como en Pedralbes. Aunque sólo sea por su propio beneficio.
En lugar de buscar un acuerdo entre PP, Ciudadanos y socialistas, dejamos que la cabra tire al monte. Sánchez es el máximo responsable, pero el resto también. La Historia pasará factura y las urnas dictarán sentencia. Lo menos malo que puede sucedernos es que Begoña coja el Falcon cuando le apetezca.