Paula ha corrido de móvil a móvil este fin de semana desde que le pusieron el viernes un micrófono para decir la verdad. Se ha propagado su vídeo a la velocidad de la luz, con esa rapidez que sólo da la certeza, que sólo ofrece la claridad. Si no ha escuchado usted todavía a Paula, no siga leyendo. Abra el vídeo que aparecerá junto a este artículo porque serán los cinco minutos más diáfanos que escuchó en mucho tiempo. Paula dice la verdad, la purulenta verdad del nacionalismo, la soterrada connivencia de la izquierda, la miseria moral de la indiferencia. Es esto lo que hasta aquí nos ha traído. Ha tenido que llegar Paula para decirlo.
La semana de violencia en Barcelona deja a Rufián como traidor, señalado por los perros a los que antes acariciaba el lomo. Qué pena de país analfabeto que no lee su Historia o la manipula. En los días de apogeo de la memoria histérica, que alguien se preocupe de leer a Azaña y lo que decía de los republicanos catalanes. Quizá así sepan ya lo que va a pasar. Barcelona es río de sangre que cruza la Historia entre catalanes. En eso demuestran ser hispánicos y europeos hasta las cachas. Es la tierra de las guerras civiles por antonomasia, a donde siempre se dieron de hostias desde el Piloso hasta Berenguer. Por eso siempre acudía Castilla, aunque jodiera. Y porque, como dice Sabina, qué necesidad hay de ser de una patria chica teniendo una tan grande como España.
España es hoy la libertad que clama Paula. Femenino de Pablo, Saulo caído del caballo, repite a voz en grito aquello de “por qué me persigues”. Nos hemos caído del caballo del pujolismo y sus andorranas y contemplamos exhaustos el campo de batalla que ha dejado la aquiescencia y el silencio. Paula lo ha dicho con la serena voz de mujer y la firmeza a la que el hombre no alcanza. El nacionalismo es la ideología más perversa del mundo, la que mayores dramas y tragedias ha abierto en el curso de los siglos. Han levantado una frontera etnoligüística y ahora, quién es el guapo que la derriba. El tigre ha trocado sus fauces en pasamontañas, palos y petardos. Quieren matar a alguien o que alguien los mate a ellos. Necesitan un mártir con el que regar de sangre la sed de la bestia. Lo malo es que los muertos hablan y provocan guerras. Que viajen un poco y pregunten en Sarajevo de principio a fin del XX.
La teoría del apaciguamiento no funciona, es inútil. Pedro puede esperar y contemporizar, según le cuadre. Aunque si las encuestas dicen que ataque, lo hará. La táctica y el cortoplacismo los ha hecho grandes. Se ha gangrenado la herida y costará mucho sanarla. Pero España no tiene prisa. Es con lo que los nacionalistas no cuentan. Lleva quince siglos a su espalda y una marejada de unos años es como la tormenta en el vaso de agua. Le ocurre como a la Iglesia. Los grandes poderes temporales lo son por el tiempo precisamente. Porque conocen su esencia, su largo correr, su descansada paciencia. O la monarquía, España entera metida en una niña de trece años.
Los indepes volverán a colapsar, se matarán entre ellos y Barcelona será arrasada por los vándalos. Los líderes del procés pedirán auxilio ante la turba. Y España volverá a rescatar como lo hizo siempre con el hijo pródigo catalán. Entre medias, una o varias elecciones. Y el colapso también de la izquierda si no aprende la lección de la Historia. No es Franco, es España. Y los valores por los que tantos lucharon sus antecesores. El constitucionalismo es hoy heredero de los liberales de Cádiz, de los que estuvieron contra el trágala, de los que vencieron al carlismo, de quienes regeneraron España. La izquierda no puede dar su valor ni prestigio a cuatro supremacistas. Porque el nacionalismo es racismo y no todas las ideologías son respetables. Se acabó ya la indiferencia o la Historia pasará por encima. Gracias, Paula. Gracias, Paula, por la cegadora claridad que sólo de la verdad irradia.