Hace tres meses publiqué aquí mismo un artículo sobre la Vega Baja y los visigodos donde decía que han pasado catorce años desde la paralización de las mil trescientas viviendas en esta zona de Toledo, el principio y fin de las excavaciones arqueológicas y la conversión de todo ello en una selva amazónica low cost, donde el rastrojo campa a sus anchas. Mi buen amigo Antonio Illán, al que le gustan los charcos tanto como a mí, decidió colgarlo en su muro de Facebook para suscitar el debate anticipando su opinión contraria a la mía. No recuerdo un artículo que generase tanta polémica y despropósito en los comentarios, pues llegaron incluso a atribuirme intereses urbanísticos, cuando el ladrillo más próximo que yo he tenido en la vida es el de regaliz que venden en las tiendas de gominolas. Más tarde, el secretario general de Fedeto dijo que tres lustros después, allí no había más que cuatro zanjas y dos monedas, metáfora perfecta para que Gregorio Marañón le atizara desde su tribuna de El País y advirtiera de las amenazas y fuerzas telúricas que nuevamente se ciernen sobre Vega Baja. Entre medias, foros ciudadanos, opiniones políticas, gritos y exabruptos en las redes y más rastrojos en la Vega. Hay que recuperar el sosiego y pensar con la cabeza.
La premisa según la cual los que hemos advertido del deterioro de esta parte de la ciudad y urgimos a tomar decisiones al respecto para solucionarlo, somos cavernarios que pretendemos la destrucción del patrimonio es pasmosa. Lo que más me sorprende de todo este tiempo es que los llamados sectores ilustrados de la ciudad hayan sido los que menos lustre han mostrado en su vocabulario para descalificar al adversario. La campaña de insultos y descalificaciones que ha aguantado Manuel Madruga en redes ha sido fastuosa. Si tan claro está el futuro de la vega, no sé por qué utilizan seudónimo algunos de los valedores y guardianes de las esencias que se dedican al viejo arte del improperio. Pero este no es el asunto del debate.
Las posiciones no están tan alejadas y lo mejor de todo esto es que se ha vuelto a abrir el melón de la Vega. La tesis de Marañón, sin duda uno de los cráneos privilegiados de la cultura española con letras mayúsculas, de que la Vega fue siempre pulmón y espacio verde de Toledo me parece plausible. Apuesta por mantenerlo en el tiempo con la nada extravagante idea de consolidar esta parte de la ciudad de igual forma que en Madrid está el Retiro o la Casa de Campo. La cuestión de los restos puede esperar en el tiempo, pues han pasado quince siglos y podrían pasar dieciséis. Mientras tanto, voces como las de Madruga o Nicolás también abogan por respetar lo existente, en el caso de que lo hubiere. Ambos han manifestado a voz en grito lo que es un clamor en Toledo. Es indecente tener de esta forma una parte central de la ciudad. Así pues, no hay tantas diferencias.
Hace tres meses dije y sostengo que Milagros Tolón y Emiliano García-Page tienen la legitimidad que dan las urnas para cerrar de una vez este debate de años. La oportunidad de construir un cuartel de la Guardia Civil ahí será opinable, pero lo que parece evidente es que algo habrá que hacer en esta zona de la ciudad. Deberíamos esperar al estudio arquitectónico de Tusquets para conocer el alcance del edificio. Emiliano explicó muy bien la cuestión el otro día. Cuesta veintiséis millones de euros el plan mínimo de excavación. No hay administración pública que lo sostenga o aguante por el momento. Y parque visigodo tampoco, porque pese a decirnos que está la urbs regia, Constantinopla y Recesvinto apesadumbrado, pasados quince años, los logros distan mucho de las expectativas. Y ni una sola empresa privada ha mostrado interés alguno.
Creo que hay recuperar el sosiego y la calma en el debate de la Vega Baja. Page dijo algo que yo no le había escuchado nunca en el desayuno de La Tribuna. Hace trece años, cuando el gobierno de Barreda, del que él formaba parte, tomó la decisión de paralizar la urbanización de mil trescientas viviendas que habían sido aprobadas por el Ayuntamiento de Toledo con los votos de Psoe y PP, pensó seriamente en dimitir. No eran las formas apropiadas, aseguró. Y no lo fueron, sin duda. A tiempo estamos de no repetir.