Los almendros de nata –siempre Hernández, aunque en Madrid les den sirocos- han vuelto a florecer por febrero y anticipan la primavera que el coronavirus vierte en Italia.
Varios casos de esta enfermedad han terminado en muerte y todas las alertas se han disparado. Fernando Simón, el jefe del Centro de Alertas y Emergencias Sanitarias, dice que en España estamos preparados. Para el coronavirus, sí; pero para el miedo que infunde, no. Ahí está el Mobile desierto de espanto, miedo y pavor. Lo que no consiguió el procés, lo ha generado esta peste del XXI. Curiosamente, el evento que cuenta con más canales de comunicación del mundo ha sucumbido a la plaga del tribalismo y los chamanes. No es nada nuevo, la sobrecarga de información lleva a estas cosas. No paramos ni medio minuto en leer una noticia, como para leer el prospecto de un medicamento o la contraindicación de una epidemia. El coronavirus florece de mascarillas abiertas del revés.
Cierta pandemia existe en la clase política española desde hace tiempo, donde el diálogo es lo que menos se da en la era del diálogo. Se han generado anticuerpos que lo repelen y ya los únicos que hablan son los socios de gobierno para seguir gobernando. Lo demás son gritos, acusaciones e injurias. La derecha no se habla con la izquierda y tampoco con ella misma. Se arrojan las bacterias y los egos como mierda de vertedero, el mismo que prende sin dormir en Vizcaya. Urkullu tiene un Prestige bajo el suelo y silba igual que cuando Arana veía un maketo en la ría. Feijóo le dice que no a Arrimadas y cierra una puerta al encuentro. No deben estar haciéndolo tan mal los de los gobiernoS cuando la oposición no se une. Al final, llevará razón Iglesias y puede sacarse el bonus track en el ministerio.
Los almendros se espuman en un carnaval de virus y desasosiego. Larra decía que todo el año es carnaval y que no era necesario buscar disfraz alguno para el baile. Hay que leer a Fígaro, maestro de periodistas y lenguaje. Los males del XXI estaban ya en el XIX. Cambia el palito pero no las letras. Esta España eterna de Sísifo levanta sobre sus hombros almendros negros de piedra. La sardina ya ha ardido en Toledo y las aguas del Tajo serán cenizas bajo Caronte inmunizado. En la vega florecen estudios, arquitectos, visigodos y liebres sin que nadie sepa ordenarlos. Será un mal de siglos, milenario. Antes se cae una piedra del Valle que un visigodo muerto entre rastrojos. Los chinos ya no suben las escaleras y no se hacen fotos en la radio. El coronavirus se nota, dicen los guías. El otro día estuvieron de fiesta, pero se enfrentarán al gobierno porque no les gusta el decreto que prepara. Dicen que no lucha contra el intrusismo y que ellos pagan impuestos y los piratas, no. El liberalismo es también igualdad de condiciones, no sólo competencia.
El sábado vendrá un nuevo arzobispo para abrir la puerta de Reyes y entregar los almendros de Guadalupe. Entre medias, se colarán los Niños Cantores de Viena y sus gargantas de nata. Lo más hermoso de estos días es salir al campo entre manifas y ver la primavera coronada. Los almendros han escrito su polifonía abierta de la tarde. Por más largo que sea un coronavirus, siempre renace la vida como hiedra entre haces de luz y sombra.