El Consejo de Gobierno del viernes pasado es probable que sea uno de los más densos de la corta historia de nuestra comunidad autónoma. Tenía carácter extraordinario y así se manifestó en las conclusiones que explicaron los consejeros de Sanidad, Educación y el propio presidente. La decisión de Sánchez, por el momento, de dejar a las comunidades autónomas al libre albur de los acontecimientos hace que las administraciones regionales sean ahora las máximas responsables de cuanto acontece en sus territorios. En este sentido, la decisión -por ejemplo- de pedir el DNI y el teléfono a quienes asistan a lugares de ocio a partir de la una de la madrugada, podría considerarse la punta del iceberg de una estrategia que pasa fundamentalmente por pertrecharse y prevenir futuros efectos de la pandemia. La primera ola nos pilló en bragas; que no pase lo mismo en esta segunda, que ya está aquí.
El coronavirus pondrá a prueba nuestra resistencia como sociedad, dada la persistencia de su comportamiento. El virus no se ha ido y no hay que esperar al otoño para hacerle frente y tomar las medidas que sean necesarias de cara a preservar muchas de las conquistas logradas durante tanto tiempo. Creo que ya tenemos perspectiva suficiente para decir que esto nos ha cambiado el paso a todos y que obliga a replantearse postulados que hasta ahora se consideraban innegociables, como la propia privacidad del individuo, aunque suene fuerte decirlo. Hace unos años o en otras circunstancias, hubiera movido a escándalo cualquier decisión de este tipo. Sin embargo, lo que llevamos sufrido a nuestras espaldas, el dolor causado en tan poco tiempo, la naturaleza del virus y la propia evolución de los acontecimientos provocan el surgimiento de nuevos escenarios inimaginables hace tan solo unos meses. Las medidas que se adopten deberán guardar, no obstante, proporción a los problemas planteados, ya que no se nos debe olvidar que la libertad, como decía Don Quijote, es el más alto de los dones dados por los cielos y un bien a preservar frente a tentaciones de cualquier tipo.
Emiliano García-Page pecó de confianza al inicio de la pandemia, pues nada hacía pensar cómo se comportaría un virus del que apenas teníamos conocimiento. Sus resbalones al principio los está supliendo ahora con una determinación que busca anticiparse a los problemas, como los que pudieran surgir al inicio del nuevo curso escolar. La apuesta por la presencialidad de las clases y la adopción de medidas como la creación de anillos de seguridad para los niños más chicos, parecen acertadas e inteligentes, a expensas de lo que puedan deparar los acontecimientos. Nadie nace enseñado para situaciones insólitas; de ahí también lo razonable del presidente de no dar demasiadas vacaciones a sus consejeros y reunirlos en agosto, al menos, una vez por semana para analizar la evolución de la pandemia. Es lo menos que se espera de los servidores públicos.
La enfermedad ha puesto patas arriba el mundo entero y demuestra que las guerras modernas son ahora de otro tipo. Corren peligro nuestras propias formas de vida y la libertad sagrada con la que Occidente ha conseguido las cotas más altas de desarrollo económico y calidad asistencial. Por eso hay que estar vigilantes con los poderes públicos. Pero nadie duda que una de sus misiones fundamentales es garantizar la salud de sus ciudadanos. Sobre todo, porque parece difícil que vuelvan a imponerse decisiones maximalistas como el confinamiento general. Sería la ruina de la economía. Por eso hay que ser precavidos y pedir a los ciudadanos que utilicen su libertad individual para salvaguardar su salud y la de los demás. Si no, debe ser la administración quien lo haga, aun expuesta a las críticas que se realicen, desde las más sólidas y fundamentadas a las más gratuitas e insolidarias. La pandemia llegó para quedarse y el gobernante que no lo vea está condenado a destruirse.
Emiliano ha aprendido la lección y ahora levanta un muro para evitar males mayores, aunque no sabemos si será suficiente. Solo la prudencia de cada uno y la solidaridad con el resto, comenzando por los mayores y los sanitarios que están exhaustos, determinarán el éxito de la empresa. Los gobiernos se retratarán en las decisiones que tomen y la flexibilidad de sus argumentos. Porque no hay nada más importante que la vida. Porque nada de lo humano ha de ser ajeno. Porque queda mucho para elecciones y la gente, entre tanto, tiene que comer y hacer su vida.